La evidencia sugiere que los servicios de las iglesias que siguen las pautas de salud pública no presentan un riesgo mayor de propagar el nuevo coronavirus que otras actividades similares, así lo afirmó un grupo médicos la semana pasada.
El lavado de manos, el distanciamiento social y el uso de mascarilla han ayudado a prevenir la propagación del COVID-19, incluso en los casos en que feligreses contagiados y presintomáticos participaron en eventos de la Iglesia, así lo concluyó un grupo de trabajo del Instituto Tomista sobre Protocolos de Enfermedades Infecciosas para Sacramentos y Cuidados Pastoral.
Los tres miembros del grupo, los doctores Thomas McGovern, el diácono Timothy Flanigan y Paul Cieslak escribieron el 19 de agosto un artículo para Real Clear Science sobre la asistencia a Misa en medio del COVID-19.
“Para las iglesias católicas que siguen las pautas, no se ha vinculado ningún brote de COVID-19 con la asistencia a la iglesia, aunque tenemos ejemplos de personas asintomáticas, infectadas sin saberlo, que asisten a Misas y otras funciones parroquiales. Su asistencia podría haber provocado un brote si no se siguieron las precauciones adecuadas, pero en cada caso, no encontramos evidencia de transmisión viral”, escribieron.
“Esta noticia alentadora debería inspirar confianza en que las pautas vigentes, basadas en las recomendaciones de los CDC [NdR: Centros para el Control y Prevención de Enfermedades], están funcionando para disminuir la transmisión de COVID-19. Si bien nada durante una pandemia está libre de riesgos, estas pautas significan que los católicos (y los funcionarios públicos) pueden estar seguros de que es razonablemente seguro asistir a la Iglesia para la Misa y los sacramentos”, continuaron.
En otro punto, dijeron que “durante las últimas 14 semanas o más se han celebrado más de un millón de Misas públicas siguiendo las pautas para prevenir la propagación del virus” en Estados Unidos, donde hay cerca de 17 mil parroquias que suelen celebrar tres o más Misas de fin de semana.
Los autores acotaron que “las buenas noticias” son que, “para las iglesias católicas que siguen estas pautas, no se ha vinculado ningún brote de COVID-19 por medio de la asistencia”.
El artículo señala que Nick Schoen, un empleado de la Arquidiócesis de Seattle, quien ha estado siguiendo un protocolo de rastreo de contactos para todos los que vienen a la iglesia, proporcionó una serie de casos de la Arquidiócesis que involucran a personas positivas para COVID-19 que participaron en varios eventos parroquiales o encuentros sacramentales, pero que no transmitieron el virus a otros.
Los autores señalaron al menos cuatro ejemplos de personas infectadas que asistían a Misa mientras estaban presintomáticas, así como tres unciones de personas enfermas por sacerdotes en habitaciones con mala ventilación. En cada caso los enfermos evitaron infectar a otras personas, indicaron.
“Durante una Misa fúnebre el 3 de julio (45 asistentes, capacidad 885), dos miembros de un hogar notificaron a la parroquia que habían dado positivo por COVID-19 y estaban infectados y presintomáticos durante la Misa”, precisaron los médicos.
“Durante una boda el 11 de julio (200 asistentes, capacidad para 908), el aire fresco circuló por múltiples ventanas abiertas con la ayuda de ventiladores. Al día siguiente, un asistente desarrolló síntomas de COVID y el 13 de julio dio positivo. Es casi seguro que el asistente fue contagioso con una infección presintomática durante la boda”, fue otro caso.
En abril, un grupo de médicos que conforman este Instituto Tomista publicaron pautas para reabrir iglesias para la Misa y otros sacramentos. Estas pautas fueron incorporadas por numerosas diócesis en sus protocolos de reapertura.
Las pautas se construyeron sobre una propuesta de varias fases para la reanudación y expansión de las Misas públicas, sin dejar de cumplir con las pautas de salud pública vigentes en diferentes lugares.
En la “Fase 1” de la propuesta, el instituto alentó a que se dispensara la “obligación dominical”, a los ancianos y a los que tenían alto riesgo de COVID-19 a quedarse en casa y a los que presentaran síntomas a que no asistieran a Misa. El instituto también promovió distanciamiento social, requisitos de máscaras y uso regular de desinfectante de manos.
Las pocas iglesias que han informado de un brote de COVID-19 no siguieron estas regulaciones y en algunos casos participaron en acciones desalentadoras como el canto congregacional.
En algunos casos, estos incidentes aislados han llevado a los funcionarios del gobierno local a restringir los servicios religiosos más que las actividades en restaurantes, cines y casinos. Esto ha provocado demandas por discriminación religiosa, que a menudo han tenido éxito.
Los médicos dijeron en su artículo que no hay evidencia de que los servicios religiosos sean de mayor riesgo que actividades similares cuando se siguen las pautas.
“Hasta la fecha, la evidencia no sugiere que asistir a la Iglesia, siguiendo las pautas actuales, sea más riesgoso que comprar alimentos. Y el bien espiritual para los creyentes al venir a la Iglesia es inmensamente importante para su bienestar”, dijeron.
“De hecho, para los católicos, la Misa y sobre todo la Eucaristía son fundamentales para la vida cristiana. En un momento como este, es aún más importante que los fieles puedan venir a la Iglesia y recibir la Sagrada Comunión”, concluyeron.
Traducido y adaptado por Diego López Marina. Publicado originalmente en CNA.
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