"¡Oh, los santos, los santos del Señor, que por doquier nos alegran, nos animan y nos bendicen!", dijo alguna vez San Juan XXIII, el "Papa bueno", cuya fiesta se celebra el 11 de octubre.
Angelo Giuseppe Roncalli, más conocido como San Juan XXIII, nació en Italia en 1881. Desde muy joven se sintió atraído por el servicio sacerdotal. Así, ingresó al seminario y fue ordenado sacerdote en 1904. Durante la Segunda Guerra Mundial, siendo Obispo, ayudó a salvar la vida de muchos judíos perseguidos por los nazis, haciendo uso del “visado de tránsito” de la Delegación Apostólica bajo su jurisdicción. En 1953 fue creado Cardenal y a la muerte de Pío XII, en 1958, fue elegido Sumo Pontífice por el colegio cardenalicio. Con el tiempo se ganó el apelativo de “Papa Bueno”, gracias a sus evidentes cualidades humanas -poseía un gran sentido del humor y un don de gentes singular-; pero principalmente a que su aspecto bonachón y su sonrisa perenne reflejaban su alma deseosa de vivir las virtudes cristianas en todo momento.
El mundo entero -en épocas convulsionadas- se convirtió en testigo de su santidad. Mientras algunos líderes mundiales convocaban al enfrentamiento, la violencia y la guerra, Juan XXIII enviaba un mensaje totalmente opuesto: las gentes veían en él al pastor humilde, atento, decidido, valiente, sencillo y activo. Mientras los movimientos contraculturales e ideológicos alzaban las banderas de la subversión de los valores y principios tradicionales, San Juan XXIII también llamaba al cambio, pero sin desconocer la riqueza del pasado condensada en la tradición cristiana. La Iglesia, gracias a su magisterio, se convirtió en una voz que era escuchada, en un faro que iluminaba las nuevas tinieblas que aún hoy ensombrecen a la sociedad contemporánea.
Juan XXIII marcó, además, el derrotero que seguirían los posteriores pontífices: el diálogo con la cultura secular, el ecumenismo y la búsqueda de la paz. Como parte de ese magisterio pontificio están las famosas encíclicas “Pacem in terris” (sobre la paz entre los pueblos) y “Mater et magistra” (sobre la cuestión de los trabajadores). En ese marco magisterial y misionero, de una Iglesia abierta al mundo para redimirlo en Cristo, San Juan XXIII quiso convocar un concilio para poner a la Iglesia a tono con los nuevos tiempos, siempre fiel al Evangelio pero renovada en su propuesta. Así, el Papa Roncalli convocó el Concilio Vaticano II, inaugurado el 11 de octubre de 1962. Este fue sin duda, el mayor acontecimiento en la vida de la Iglesia durante el siglo XX, cuya proyección alcanza al nuevo milenio. Con el paso del tiempo, los católicos somos cada vez más conscientes de lo oportuno del concilio, del Aggiornamento (actualización) que exigía el Espíritu Santo para fortalecer a la Iglesia y potenciar su misión evangelizadora.
San Juan XXIII fue llamado a la Casa del Padre el 3 de junio de 1963. El Papa San Juan Pablo II -heredero de la riqueza del Concilio- lo beatificó en el año 2000 y el Papa Francisco lo canonizó en abril del 2014.
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