Hoy celebramos a San Pío de Pietrelcina, el franciscano que recibió los estigmas de Cristo

De acuerdo a una carta enviada por el Papa Peregrino a los frailes de San Giovanni Rotondo unos tres años antes de morir, Wojtyla, cuando aún era un joven sacerdote, conoció al Padre Pio y se confesó con él. 

El contenido de la carta se hizo público -de acuerdo a la voluntad del Pontífice- luego de su muerte en 2005. En ella, Juan Pablo II llamaba al Padre Pío “generoso dispensador de la gracia divina, siempre a disposición de todos”. Lo describe, además, como alguien lleno de receptividad y sabiduría espiritual, especialmente en la dispensación del sacramento de la penitencia. El Papa polaco así daba fe de por qué grandes multitudes de fieles acudían al convento de San Giovanni Rotondo a buscar al Padre Pío.

Lo expresado por Juan Pablo II iba en contraposición total a esos círculos en los que se afirmaba que el Padre Pío era un confesor excesivamente riguroso, que trataba con dureza a los peregrinos. En ayuda de esto acude la certeza en que éstos siempre regresaban a ver al Padre, y encima convocaban a otros más.

Gracias al santo de Pietrelcina muchos se hicieron más conscientes de la gravedad de sus pecados, y, gracias a eso, pudieron arrepentirse genuinamente.

Epílogo: oración y caridad

El Padre Pío partió a la Casa del Padre el 23 de septiembre de 1968, después de varias horas de agonía, en las que repitió con voz débil “¡Jesús, María!”.

Durante la ceremonia de su canonización, celebrada el 16 de junio de 2002, San Juan Pablo II afirmó con contundencia: “Oración y caridad, esta es una síntesis sumamente concreta de la enseñanza del Padre Pío, que hoy vuelve a proponerse a todos”.

Para conocer más de este gran santo:

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