“El Cielo empieza aquí”
El fundador de “Hakuna” señala que “lo único que buscamos es vivir, es vida. Y muchas veces lo he comentado, que igual que los perros huelen el miedo —que no sé si es verdad— los jóvenes huelen la vida y allí donde ven vida verdadera, donde hay alegría, amor y paz”.
“El carisma de Hakuna a veces lo definimos como vivir la alegría de seguir a Cristo. Pero claro, hablar de esa alegría no es una banalidad, sino que, como decía Santa Teresa de Calcuta, es una alegría nueva. Jesúcristo decía: ‘Os doy la paz, pero no la doy como la da el mundo’. De alguna manera también podríamos decir que Cristo da la alegría, pero no la alegría como la da el mundo”.
“Y esa nueva alegría —continúa—, esa alegría que es plena, que es serena, que es profunda, que está llena de plenitud, hay que vivirla. Dios es el Dios de la vida, y el camino que elige el cristiano es el camino de la vida y de la libertad”.
Aclara, además, que no se trata de “una vida biológica”, sino “el vivir la plenitud, una vida que refleje la gloria de Dios. Dios está presente y esa es la alegría, tener conciencia de que el Cielo ya empieza aquí, el Cielo ha empezado, la gloria de Dios ya está aquí presente”.
Para poder advertir esa alegría, señala que “necesitamos cuidado interior, para ser capaces de descubrir esos destellos de la presencia de Dios, de la belleza de la vida, de la creación, del prójimo, de la belleza del dolor, de la del sufrimiento y de la belleza de la muerte también”.
Menciona asimismo “la belleza de la amistad, del compromiso, la belleza de la sexualidad, la belleza de todo lo que hay en todo lo creado o en toda la realidad humana, pues esa es la que es capaz de llenarnos de alegría. ¿Qué buscan los jóvenes? Pues vida”, afirma.
El P. Josepe cuenta que durante este tiempo ha visto “la conversión de muchos jóvenes, y casi ninguna ha sido por la vía racional, del pensamiento, de la demostración o de convencer. La mayoría de ellas han sido, por el contacto, al ver cómo nos amamos”.
Además, reitera que “la Eucaristía es el pan de la unidad, y el sabor va transfigurando en nuestro corazón, haciéndonos capaces de querernos de una manera distinta al cariño de este mundo, a un servicio que no tiene límites, una afirmación del otro que no se detiene ni siquiera con la muerte, con la cruz”.
Para Don Josepe, “la cruz no está en ponerme piedras en los zapatos, sino en abrazar al otro en su verdad. Y en el amar al otro como necesita ser amado. Ahí es donde encontramos, donde descubrimos la cruz”.
Asegura, a modo de conclusión, que “el descubrir la presencia de Dios en el modo en el que nos queremos los cristianos será claramente la luz del mundo”.
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