Según la tradición, Cosme y Damián nacieron en algún lugar de la Arabia peninsular, entre Asia y África. Aprendieron ciencias en Siria y destacaron en el campo de la medicina de aquellos tiempos. Se dice, además, que estos mártires realizaron numerosas curaciones milagrosas. Sus vidas evocan proezas y milagros: alivio de dolores extremos, sanación de extrañas enfermedades e, incluso, sorprendentes cirugías -incluyendo un milagroso trasplante de pierna-; todo hecho con los mínimos recursos con los que se contaba en la época.
Se hicieron de buena fama y la gente llegó a apreciarlos muchísimo, en especial porque nunca pidieron dinero a cambio del servicio que prestaban. En Oriente, aún hoy, se les llama “los santos sin dinero”.
Cosme y Damián entendieron a la perfección que ponerse al servicio de la gente era una manera de anunciar a Cristo, Servidor de la humanidad; así como de servirlo. Ellos sabían muy bien que el servicio es algo que compromete de palabra y acción, que además mueve a la oración constante y que llena el corazón de amor a los demás.
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