Su costumbre era admitir a todo caminante pobre que pidiera hospedaje en las noches, generalmente frías, y repartir entre los huéspedes la limosna que la gente con más recursos le dejaba. Al principio el superior se lo aceptaba, pero después lo llamó y le dijo: "De hoy en adelante no admitiremos a hospedarse sino a unas poquísimas personas, y no repartiremos sino unas pocas limosnas, porque estamos dando demasiado".
Él obedeció como correspondía, pero sucedió entonces que dejaron de llegar las cuantiosas ayudas que entregaban los benefactores de la Orden. Entonces, el superior lo llamó para preguntarle cuál podría ser la causa de tal disminución.
"La causa es muy sencilla –respondió el hermano Carlos-: como dejamos de dar a los necesitados, Dios dejó de darnos a nosotros. Porque con la medida con la que repartamos a los demás, con esa medida nos dará Dios a nosotros".
Esa misma noche fray Carlos recobró el permiso de recibir a cuanto huésped pobre llegara, y de repartir las limosnas generosamente. El Señor volvería a enviar a los frailes las habituales y copiosas donaciones, suficientes para vivir y ayudar.
Publicar un comentario