El segundo rasgo de la oración, expresa, es “la adoración”. “Después de la escucha, [necesitamos] el silencio adorante por el asombro de lo que Dios dice a su Iglesia y por lo que el Espíritu suscita también hoy en ella”, añade.
El “tercer rostro de la oración es la intercesión”, indica. El Purpurado explica que la eficacia de la oración es la intercesión, pero aclara que esto “no consiste en doblegar la voluntad de Dios” a la de las personas, sino en pedir al Señor que ilumine los corazones para saber discernir y hacer su voluntad.
Finalmente, “la oración es acción de gracias”, pues con ella se reconoce “la primacía de la acción y de la gracia de Dios” en todas las obras tanto de los hombres y mujeres, como “en la vida de la comunidad cristiana”.
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