Años después, según cuenta otra tradición, cuando era ya una jovencita, Regina atrajo por su belleza la mirada de un prefecto romano de nombre Olibrio, quien, al enterarse del origen noble de la joven decidió pretenderla. La joven se negó rotundamente a contraer nupcias, pese a las insistencias de su padre para que lo hiciera.
Olibrio, al tomar noticia de que Regina era cristiana, se le ocurrió que podía someterla con amenazas: se le ocurrió encerrarla en un calabozo con el propósito de chantajearla. La mandó interrogar, la hostigó y la maltrató.
A pesar del cruel método, al innoble prefecto le falló el cálculo. Regina no se doblegó en ningún momento; quería ser fiel a la promesa de mantenerse virgen hecha a Cristo -a quien amaba y por quien dejaría de casarse.
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