Del evento de Marsella, ¿qué ha salido? Ha salido una mirada al Mediterráneo que definiría simplemente humano, no ideológico, no estratégico, no políticamente correcto ni instrumental, no, humano, es decir capaz de referirlo todo al valor primario de la persona humana y de su inviolable dignidad. Y al mismo tiempo salió una mirada de esperanza. Esto siempre es sorprendente: cuando escuchas testimonios que han atravesado situaciones deshumanas o que las han compartido, y precisamente de ellos recibes una “profesión de esperanza”. Y también una mirada de fraternidad.
Hermanos y hermanas, esta esperanza y fraternidad no debe “volatizarse”, no, al contrario, debe organizarse, concretizarse en acciones a largo, medio y corto plazo. Para que las personas, en plena dignidad, puedan elegir emigrar o no emigrar. El Mediterráneo debe ser un mensaje de esperanza.
Pero hay otro aspecto complementario: es necesario volver a dar esperanza a nuestras sociedades europeas, especialmente a las nuevas generaciones. De hecho, ¿cómo podemos acoger a los otros, si no tenemos nosotros antes un horizonte abierto al futuro? Los jóvenes pobres de esperanza, cerrados en los privados, preocupados por gestionar su precariedad, ¿cómo pueden abrirse al encuentro y al compartir? Nuestras sociedades enfermas de individualismo, de consumismo y de vacías evasiones necesitan abrirse, oxigenar el alma y el espíritu, y entonces podrán leer la crisis como oportunidad y afrontarla de forma positiva.
Publicar un comentario