La ciudad de Roma está repleta de iglesias y santuarios que albergan los mayores tesoros de cristiandad.
Caminando desde el río Tíber hacia la calle Vittorio Emanuele II, se erige uno de estos importantes templos, Santa Maria in Vallicella (Chiesa Nuova).
Es aquí donde se encuentra el cuerpo incorrupto de San Felipe Neri, el santo que la Iglesia Católica celebra cada 26 de mayo.
Cambió el rostro de Roma
Quién le habría dicho a San Felipe Neri cuando, a la edad de 18 años llegó desde Florencia a la capital italiana buscando a Dios, que en la historia iba a ser conocido como el “Apóstol de Roma”.
“San Felipe Neri cambió el rostro de la ciudad eterna, tras su muerte Roma ya no era la misma”. Estas son las palabras que el P. Simone Raponi, del Oratorio de San Felipe Neri en Roma.
El sacerdote destacó que San Felipe fue capaz de ir en busca de la gente “de todos los lugares” recorriendo calles, plazas y todo tipo de hogares para mostrar el verdadero sentido de la vida.
En varias ocasiones defendió que “quien hace el bien en Roma, lo hace en todo el mundo”. San Felipe Neri fue capaz de transformar la capital de la cristiandad, transformando en consecuencia el mundo entero.
En declaraciones a ACI Prensa, el sacerdote explicó que la Chiesa Nuova se convirtió en la sede de la congregación que fundó el santo y que este lugar fue “el corazón de su apostolado”.
En la actualidad llegan numerosas personas de todos los rincones del mundo para visitar la tumba del santo, “que todavía hoy continúa obrando milagros a nivel espiritual y de conversión, también en los sacerdotes que quieren vivir su Ministerio en la libertad espiritual”.
Aunque la Congregación del Oratorio San Felipe Neri nació exactamente en una sencilla habitación cercana a la Iglesia de San Girolamo della Caritá de Roma, donde Felipe Neri vivió más de 30 años.
En esta pequeña estancia se reunían religiosos, futuros cardenales, comerciantes y pobres. Pero pronto aquella habitación no fue suficiente para el creciente número de seguidores de San Felipe y finalmente el Oratorio encontró su hogar definitivo en la Chiesa Nuova.
Difundir la palabra de Dios con un lenguaje familiar
Felipe Neri realizó su apostolado en el marco del Concilio de Trento, en “una época de grandes tensiones por los problemas que surgieron de la reforma protestante”.
“Un tiempo de grandes reformas y de intentos de la Iglesia por transformar y adaptar el mensaje del Evangelio a los nuevos tiempos y un periodo de grandes santos, como San Ignacio de Loyola, San Camilo de Lelis o Santa Teresa de Ávila”, explicó el sacerdote.
San Felipe fue un gran reformador sin apenas hablar de reforma:“Él no tenía un programa establecido, no escribió nada a nivel técnico para cambiar la estructura eclesiástica, solamente con su comportamiento y su modo nuevo de evangelizar se convirtió en un gran reformador”.
“Quien quiere ser bendito, debe mandar poco”
“Hacía un apostolado real y transversal, cercano a las personas para llevar el Señor de un modo nuevo y original, de una forma más familiar”.
“Él siempre decía que la vida espiritual no es para pocos, sino para todas las personas de cada categoría y cada estado de vida, como ancianos, pobres o comerciantes”, explicó el sacerdote, quien recordó que San Felipe solía decir que “quien quiere ser bendito, debe mandar poco”.
Además, San Felipe buscaba volver “a las raíces de la Iglesia”, ya que aseguraba que era necesario “estudiar la historia eclesiástica” y este concepto nació en la Congregación del Oratorio, donde se buscaba volver a la Iglesia primitiva e imitar la comunidad de los 12 apóstoles.
Un santo diferente con un gran corazón
El P. Simone señaló que Felipe Neri intentaba de alguna manera “esconder” su santidad para mantener su humildad. Por ello trataba en muchas ocasiones de mostrarse incluso “como un loco”.
“A él no le gustaba cuando la gente iba a Misa para presenciar sus fenómenos místicos, por ello terminó por celebrar las Misas en privado”, señaló.
San Felipe Neri levitaba, tenía visiones, el don de la bilocación e incluso durante su autopsia se descubrió que el tamaño de su corazón era más grande de lo normal.
El P. Simone explicó a ACI Prensa que en 1544 el santo vivió un fenómeno muy particular, “cuando el Espíritu Santo ingresó dentro de su corazón, no solamente de forma espiritual, sino también de forma física, por eso se dilató su corazón, lo que provocó la rotura de dos de sus costillas”.
Este hecho se supo al final de su vida, cuando Felipe se lo contó al médico y a otras pocas personas. “Para calmar a la gente, convertirla y hacerles sentir la presencia del amor de Dios también físicamente, les abrazaba y les apoyaba sobre su pecho, para transmitir la presencia del Espíritu”.
De hecho, él siempre defendió que la palabra de Dios debe llegar al corazón, sin argumentos filosóficos o teológicos, sino que se necesita un encuentro con las personas en la vida ordinaria, “un corazón que hable al corazón”.
¡Paraíso, paraíso!
“Él sabía que todo pasa, que la vida, la belleza, la riqueza, todo pasa. Ante esto, en lugar de caer en la desesperación y pensar que esta vida no tiene sentido, defendía que lo único que importa es Jesús, y por ello nos podemos reír de todo el resto, incluso de nosotros mismos”, explicó el sacerdote.
“La alegría del santo era la certeza de que solamente Dios permanece. De hecho, siempre se negó a llevar el capelo cardenalicio, y lo lanzaba por los aires mientras gritaba: ¡Paraíso, paraíso!”.
“En ocasiones, en lugares de cierta importancia donde esperaban encontrarse con un santo perfecto y austero, él aparecía con un lado de la barba afeitado y el otro sin afeitar. Ante un mundo ligado a la apariencia, él sabía que solo el Señor importaba, que solo Dios debe ser el faro de nuestra vida y lo mostraba a través de sus actos de grandísima libertad y de forma original”.
“San Felipe es un gran inspirador. Un hombre que nos enseñó que el paraíso debe ser lo único importante para el hombre, y él lo demostró hasta el final”, concluyó el sacerdote.
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