De acuerdo a las Actas del Martirio -fuente histórica a veces problemática-, fue a través de Serapia como Sabina empezó a frecuentar la comunidad cristiana de Roma en tiempos del emperador Adriano. Esto la forzó a ocultarse en las catacumbas, ya que la práctica del cristianismo fue proscrita una vez más y los cristianos perseguidos.
Durante la persecución, hacia el año 126, Serapia fue apresada y condenada a muerte por su fe. Se cree que Sabina corrió la misma suerte solo unas semanas después.
Sabina fue presentada ante el prefecto de Roma, Helpidius, quien le dio la oportunidad de salvarse si abjuraba de Cristo, a lo que ella se negó. Cierta tradición ha conservado sus palabras: "Cristo es mi Dios, sólo a él sirvo y adoro". Por esta reacción, tomada como una afrenta, Sabina fue decapitada y sus bienes confiscados.
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