Según la tradición, Cosme y Damián nacieron en Arabia (península entre Asia y África). Aprendieron ciencias en Siria y llegaron a destacarse como médicos. Se hicieron célebres porque nunca pidieron un pago por su servicio, y, por eso, en Oriente, se les llama aún hoy los santos “sin dinero”. Para Cosme y Damián, anunciar a Cristo era algo que comprometía la palabra y la acción, la oración y el servicio a los demás, siempre con el ánimo de curar los cuerpos y las almas. Así, ambos hermanos se ganaron siempre el cariño y el respeto de sus coetáneos.
Durante la persecución de Diocleciano, ambos fueron apresados y luego condenados a muerte. Cuenta la tradición que fueron varios los intentos frustrados por quitarles la vida. Se dice que primero se les intentó ahogar arrojándolos al mar atados a pesadas rocas; luego se les quiso matar a flechazos y finalmente, se les mandó a la hoguera. Ninguno de estos planes resultó. Finalmente, terminaron siendo decapitados, posiblemente a inicios del S. IV.
La vida de ambos mártires evoca también otras proezas y milagros realizados en vida, como curaciones extraordinarias de enfermedades o exitosas cirugías, incluyendo un milagroso trasplante de pierna. Después de muertos, cuenta también la tradición, se aparecían en sueños a los enfermos que imploraban su intercesión, obteniendo el alivio en el dolor o la curación requerida.
San Cosme y San Damián no solo son patrones de los cirujanos, también lo son de los farmacéuticos y dentistas; y de aquellos que ejercen oficios como la peluquería o hacen trabajos en playas y balnearios.
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