Durante la Vigilia de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) Panamá 2019 celebrado en el Campo San Juan Pablo II, el Papa Francisco escuchó tres testimonios de personas que han luchado con esperanza en la vida, diciendo como María: “Hágase en mí según tu palabra”.
En una JMJ entendí que Jesús me amaba
Nirmeen Odeh, de 26 años, proveniente de Palestina, relató que su interés siempre estuvo en el conocimiento y si bien era cristiana en Palestina “realmente no me importaba ese título, ni los sitios sagrados que existían cerca de mí”.
Ella pensaba que era mejor “estar muy lejos del cristianismo para que no me molestaran en mi vida. Con todas las luchas y el cansancio de la vida diaria no me interesaba la fe. Sin embargo, tenía curiosidad por la idea de Dios. Y esta idea me fascinó”, dijo Nirmeen.
En 2016 Nirmeen participó en la Jornada Mundial de la Juventud de Cracovia y en ese viaje tomó la decisión de confesarse y recibir a Cristo sacramentado “por primera vez, con fe en mi corazón. También me encontré con personas que fueron enviadas por Dios. Tres de ellos se convirtieron en sacerdotes”, sostuvo.
La joven explicó que de regreso en el avión, le pasaron el primer libro cristiano que leyó: Las Confesiones de San Agustín, “seguido por muchos otros que hablan de la misericordia y del amor de Dios y lo que significa ser un cristiano”.
“Para mí la Jornada Mundial de la Juventud fue solo el comienzo. El momento crucial cuando entendí que Jesús me amaba por lo que soy, con todos mis defectos. Sentí que me encontró en la única cosa en la cual me estaba escondiendo los libros”, aseguró.
Al concluir les dijo a los jóvenes del mundo que “este evento puede ser un momento crucial también en sus vidas. No se vayan hoy sin dejar que Jesús cambie algo en ustedes. Confíen en Él y déjenlo entrar, no se decepcionarán”.
Me propusieron abortar a mi hija con síndrome de Down
Otro de los impresionantes testimonios fue el de Erika de Bucktron, que compartió su historia de vida junto a sus cuatro hijos y su esposo con quien lleva 22 años de matrimonio.
Erika tuvo cinco embarazos de los cuales uno resultó ser anembriónico, es decir solo se desarrolló la placenta y no el embrión.
Sin embargo, “Dios tenía otros planes para mi familia”, aseguró Erika, pues a sus 42 años y sin esperarlo quedó embarazada. Fue un embarazo de alto riesgo y a las 17 semanas el médico confirmó que el bebé tenía síndrome de Down. Les ofrecieron abortar pero ambos optaron por la vida.
“Durante todo el embarazo nos abandonamos en las manos de Dios y pedimos se cumpliera que su voluntad. En el fondo teníamos la esperanza que nuestra hija naciera sana, pero acogimos con amor la voluntad del Señor”, relató.
Erika explicó que “por diversas circunstancias” a los padres les “cuesta aceptar la llegada de un bebé con alguna enfermedad o discapacidad”. Pero cuando nació decidieron “amarla con todo nuestro corazón, sin hacer ninguna diferencia con nuestros otros hijos, los cuales también la acogieron con mucho amor”.
Le pusieron el nombre de Inés en honor a la santa, que a su corta edad fue mártir por amor a Cristo, “es patrona de las jóvenes, las prometidas en matrimonio y además es signo de pureza”.
“Decidimos decir sí a la vida, pues toda vida es bendición de Dios, es Él quien llama, por eso decimos ‘Hágase en mí según tu palabra’”, concluyó Erika.
Busqué una salida a las drogas con el crucifijo en la mano
Alfredo Martínez Andrión es el mayor de siete hermanos. Bautizado, confirmado y monaguillo en la parroquia Virgen de Fátima.
Comentó que cuando tenía 16 años la situación económica de su familia empeoró, al extremo que a veces no tenían para comer. “Tuve que abandonar el colegio y comenzar a trabajar” junto a su padre.
“Sin empleo las cosas tomaron otro color: sin colegio, sin ocupación y sin trabajo”, entonces se dejó llevar por malas influencias, dejó de asistir a la parroquia y comenzó a robar.
Luego cayó en las drogas y en la cárcel donde estuvo recluido 12 meses. Al salir en libertad recayó y los problemas continuaron.
“Traté de buscar una salida con el crucifijo en la mano. Llegué a la Fundación San Juan Pablo II, donde encontré un hogar, un apoyo y algo muy importante: hermanos que me animaron en mi camino de resocialización”, dijo Alfredo.
“Me enseñaron a confiar en Dios y, a través de Él, a confiar en los demás. Esa fe me ayuda hoy en día a seguir mi camino y a no perder la esperanza”, aseguró.
“Quiero decirles a los jóvenes del mundo que Dios nos ama y nunca nos abandona. Somos dueños de nuestros propios actos, pero si estamos con Dios todo va a salir bien. No teman en decirle a Jesús ‘Hágase en mí según tu palabra’”, concluyó el joven.
El Papa Francisco agradeció los valientes testimonios durante su mensaje a los jóvenes.
“Ustedes fueron creados para algo más. María lo comprendió y dijo: ¡Hágase! Erika y Rogelio lo comprendieron y dijeron: ¡Hágase! Alfredo lo comprendió y dijo: ¡Hágase! Nirmeen lo comprendió y dijo: ¡Hágase! Los hemos escuchado aquí”, expresó.
Publicar un comentario