Desde muy pequeño Siyabonga Banele Ndlovu tenía un gran “secreto”, deseaba de corazón ser sacerdote, pero la muerte de su madre lo dejó viviendo en la calle. Tras grandes dificultades, ahora estudia en Roma para hacer realidad su vocación.
“Mi madre murió cuando yo tenía cinco años. Recuerdo muy poco de aquel tiempo, pero sí recuerdo el día de su funeral y cómo fuimos a la iglesia aquel día”, explica Siyabonga Banele Ndlovu, natural de Sudáfrica.
Ahora es un joven de 24 años y se está preparando para cumplir su sueño: ser sacerdote. Aunque el camino hasta el seminario fue largo y complicado.
Tras la muerte de su madre, Banele y uno de sus hermanos fueron a vivir con una de sus tías. Su hermano mayor mandaba dinero para su mantenimiento, pero su tío, que era alcohólico, terminó por echarlos de casa con tan sólo seis y ocho años.
Quedaron viviendo en la calle, y, según declaró a ACI Prensa, “mi hermano y yo hicimos de todo para sobrevivir”. Cuando su hermano mayor descubrió que ya no estaban con su tía, fue a recogerlos para llevarlos con otra hermana de su madre, esta vez más comprensiva y cariñosa.
“Viviendo con esta otra tía, pude recuperar el ir a la iglesia. Me gustaba muchísimo hacer de monaguillo, el Señor tocó mi corazón de un modo que las palabras no pueden expresar. Allí me sentía en casa, sirviendo como monaguillo”, aseguró a ACI Prensa.
El momento cumbre de su vocación llegó cuando uno de sus vecinos se ordenó sacerdote. “Ese día descubrí que lo que sentía e intentaba tapar era la vocación al sacerdocio. Pero yo era un niño de la calle, yo no podía ni pensar en que podría ser como él. Ese día supe que quería ser sacerdote, pero nunca lo dije a nadie”, recuerda.
“Mi tía me llamaba con cariño ‘pequeño sacerdote’, pero yo no le hacía caso. Pero se ve que era evidente que algo había cambiado en mi modo de ser después de esa ordenación”, asegura.
Con el tiempo Siyabonga Banele entró en un colegio como interno. “El colegio lo llevaban religiosos benedictinos. Allí podía preguntarles todo lo que quería a los sacerdotes. Pude desarrollar mi vida de oración y de piedad, hacía de monaguillo, pero seguía convencido de que nunca diría a nadie mi deseo de ser sacerdote”.
Durante un tiempo Banele intentó dejar de lado la vocación sacerdotal que sentía dentro de él. “Intentaba hacer como los demás chicos, éramos todos adolescentes, pero no me sentía bien con ese modo de vivir. Y ahí reafirmé que no era mi estilo de vida. Que a pesar de todo seguía queriendo ser sacerdote”.
El tiempo en la escuela Banele lo interpreta como un regalo de Dios, que le ofreció la posibilidad de ver de cerca la vida de los sacerdotes para que su vocación madurara.
“No me sentía digno de esa vocación. Yo, que había vivido en la calle y había hecho de todo para sobrevivir… No podía ni decir que quería que ese fuera mi camino. No era capaz de superar la vergüenza de decirlo. Miraba a los sacerdotes y después me miraba a mí y pensaba que nunca sería capaz de llegar allí, especialmente con mi pasado”, explicó Banele a ACI Prensa.
Hasta que en una ocasión, uno de los encargados del colegio les requisó el móvil a él y a sus compañeros de clase. “Él miró lo que tenía guardado en mi teléfono, y vio que realmente me interesaba mucho la vida del sacerdote”, aseguró.
Este responsable llamó a Banele para preguntarle qué es lo que tenía guardado en el móvil. “Él me preguntó si quería ser sacerdote, yo respondí que sí pero le pedí que no lo dijera a nadie. Era algo que me avergonzaba muchísimo”, afirmó.
Semanas más tarde Banele se encontró con sus hermanos. “Se lo dije también a ellos. Mi hermano mayor, que nos había mantenido con su trabajo durante muchos años me dijo que estaba loco y que no sería sacerdote después de todo el dinero que había invertido en mi educación”.
En el último año de colegio ya estaba convencido de que Dios le quería como sacerdote y por eso pidió entrar en el seminario de su diócesis. Sin embargo, no obtuvo ninguna respuesta.
“Lo hablé con el tutor de la escuela, el mismo que me había requisado el móvil y que sabía de mi inquietud vocacional. Y él se ofreció a ayudarme, me decía que tenía que rezar más. Por su parte, sin que yo lo supiera, le habló de mí a su obispo, de la diócesis de Eshowe y un día el Prelado vino preguntando por mí”, recuerda el joven.
Fue el día en el que se celebraron las confirmaciones en la diócesis. “Este Obispo preguntó por mí y yo pensé que había hecho algo mal. Pero en realidad quería preguntarme sobre mi vocación. A él no podía mentirle y le contesté que sí, que deseaba de corazón ser sacerdote pero que no había tenido respuesta de mi diócesis. Él me dijo ‘yo te acogeré’”.
“Fui a su diócesis, estuve un año trabajando en el obispado para que pudieran conocerme bien y después me ofreció enviarme al Colegio Eclesiástico Internacional Sedes Sapientae y estudiar en la Universidad de la Santa Cruz de Roma”, recordó.
Banele asegura que espera el momento de ordenarse sacerdote, ya que desea llevar el mensaje de Cristo a la gente de Sudáfrica y “explicarles que todos pueden ser santos”.
Siyabonga Banele Ndlovu es uno de los seminaristas y sacerdotes que reciben una beca de la Fundación Centro Académico Romano (CARF) que ayuda a la formación integral de sacerdotes y seminaristas para que puedan estudiar en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz ó en la Facultad de estudios eclesiásticos de la Universidad de Navarra.
Más información sobre CARF y su ayuda a los sacerdotes y seminaristas AQUÍ.
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