En su última Carta Apostólica, titulada “Scripurae Sacrae affectus” con motivo del 16º centenario de la muerte de San Jerónimo, el Papa Francisco se pregunta por “la experiencia que puede tener un joven hoy al entrar en una librería de su ciudad, o en una página de internet, y buscar el sector de libros religiosos”.
“Es un espacio que, cuando existe, en la mayoría de los casos no sólo es marginal, sino carente de obras sustanciales”, lamenta el Pontífice en la Carta Apostólica publicada el miércoles 30 de septiembre.
Lamentablemente, señala el Papa, la riqueza de las Escrituras “es ignorada o minimizada por muchos, porque no se les han proporcionado las bases esenciales del conocimiento”. “Uno de los problemas actuales, no sólo de religión, es el analfabetismo”, algo que se refleja también en el conocimiento de la Biblia.
En este contexto, el Papa presenta hoy el ejemplo de San Jerónimo, “ese joven inquieto que, como el personaje de la parábola de Jesús, vendió todo lo que tenía para comprar ‘la perla de gran valor’”.
En declaraciones a ACI Prensa, el profesor de Patrología Carlo Dell’Osso, docente del Augustinianum de Roma, el instituto de estudios patrísticos situado a pocos metros de la Plaza de San Pedro, explica la importancia de San Jerónimo para remediar esa “ignorancia de las Escrituras”.
Dell’Osso recordó que, para San Jerónimo, “toda la Escritura habla de Cristo, tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento. Por ello, el conocimiento de la Escritura conduce al conocimiento de Cristo y, como consecuencia, si un creyente ignora la Escritura, ignora a Cristo”.
Para San Jerónimo, “el amor a la Escritura derivaba al conocimiento de la misma Escritura”. Por ello, se dedicó al estudio del hebreo para poder acudir a las fuentes bíblicas originales. “San Jerónimo aprendió a amar la Escritura por medio de la misma Escritura”.
Sobre las revisiones de la traducción de la Biblia, el profesor Carlo Dell’Osso hizo un llamado a mantener la fidelidad al texto original. “La fidelidad al texto original de la Escritura, sin hacer paráfrasis que puedan alterar el sentido original y profundo, sigue siendo una enseñanza atemporal”.
Cuando San Jerónimo tradujo la Biblia al latín, la Vulgata, “tenía delante el texto griego de la Septuaginta (LXX), y el texto hebreo de la Biblia, y al realizar su traducción permanece fiel, sobre todo a la LXX, teniendo en cuenta algunas variaciones hebreas, y no entro en el mérito del nivel de conocimiento del hebreo por parte de Jerónimo”.
“En segundo lugar, la obra de Jerónimo no fue simplemente la iniciativa de un estudioso, o de un erudito. Más bien fue un verdadero y específico servicio a la Iglesia. De hecho, la nueva traducción en latín fue un encargo del Papa Dámaso, que había visto la necesidad de un texto latino mejor adaptado a la liturgia y más lingüísticamente más armónico respecto a las ediciones preexistentes”.
En opinión del profesor Dell’Osso, el bagaje místico-espiritual de la vida de San Jerónimo se reflejaba en su vida. “El testimonio de esta realidad se encuentra en su epistolario que cuenta con numerosas cartas enviadas a diferentes monjes que seguían su dirección espiritual”.
Nota publicada originalmente en ACI Stampa. Traducida y adaptada por Miguel Pérez Pichel
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