Hoy, 3 de septiembre, la Iglesia Católica celebra a San Gregorio Magno, quien solía decir que “donde el amor existe se obran grandes cosas”. San Gregorio fue el sexagésimo cuarto papa de la Iglesia católica; fue nombrado Doctor de la Iglesia y fue el primer monje en llegar a ser Papa.
Nació en Roma en el 540, en el seno de una antigua familia romana, de la que habían salido dos Papas: Félix III (483-492), probablemente su bisabuelo, y Agapito I (535-536). Siendo joven, ingresó a la carrera administrativa, la que abandonó para ser monje, transformando la casa familiar en el monasterio de San Andrés en el Cielo.
Más adelante, el Papa Pelagio lo nombró diácono y lo envió a Constantinopla como Nuncio Apostólico. Luego es llamado de regreso a Roma como secretario pontificio. Años duros le tocaron allí, pues la Ciudad Eterna sufrió varios desastres naturales, carestías y la peste. Esta última acabó con la vida del papa Pelagio II.
El clero, el pueblo y el senado lo eligieron Papa y, una vez a cargo de la Sede de Pedro, se preocupó por la conversión de los pueblos alejados dentro del mundo conocido y de la nueva organización civil de Europa. Quería entablar relaciones de fraternidad con todos los reinos y gobiernos del mundo con el deseo de que la Iglesia anuncie el Evangelio.
El Papa Benedicto XVI, en su audiencia general del 28 de mayo del 2008, refiriéndose a San Gregorio Magno, dijo:
“En un tiempo desastroso, más aún, desesperado, supo crear paz y dar esperanza. Este hombre de Dios nos muestra dónde están las verdaderas fuentes de la paz y de dónde viene la verdadera esperanza; así se convierte en guía también para nosotros hoy”.
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