Hoy celebramos a San Pablo el Ermitaño, quien halló a Cristo en la soledad del desierto

San Antonio entonces tuvo que acercarse lo suficiente y suplicarle que retirase la roca para poder saludarlo. San Pablo finalmente salió y se produjo el encuentro de dos hermanos en Cristo. Los dos santos, sin jamás haberse visto antes, se saludaron llamándose cada uno por su nombre. Luego se arrodillaron y dieron gracias a Dios. Aquel día, un cuervo les llevó un pan entero y cada uno tomó la mitad.

Morir con Cristo es una victoria. Los leones y el manto

Al día siguiente, continúa San Jerónimo, San Pablo se refirió a su propia muerte. Le dijo a San Antonio que veía el momento final cada vez más cerca, y le pidió que fuera de vuelta al monasterio de donde vino para que le traiga el manto que el obispo San Atanasio le había regalado. Pablo deseaba ser amortajado con esa vestimenta.

San Antonio, sorprendido por el vaticinio y el pedido, fue a traer el manto. Al regresar, se encontró con que Pablo ya había muerto; sin embargo, alcanzó a contemplar cómo el alma del santo se elevaba al cielo, rodeado de ángeles, bajo la mirada de los apóstoles desde lo más alto.

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