Otro aspecto importante. Jesús hace caer la distinción entre alimentos puros e impuros, que era distinción hecha de la ley hebraica. Y Jesús, sobre esto, dice claramente que aquello que hace la bondad, o una maldad, digámoslo así, de un alimento. No es el alimento en sí, sino la relación que nosotros tenemos. Y nosotros lo vemos. Cuando una persona tiene una relación desordenada con la comida, mira cómo come. Come con prisa, queriendo saciarse pero nunca se sacia. No tiene una buena relación con la comida. Es esclavo de la comida.
Jesús valora la comida, el comer, también en la sociedad, donde se manifiestan muchos desequilibrios y muchas patologías. Se come demasiado, o demasiado poco. A menudo se come en soledad. Se extienden los trastornos alimentarios: anorexia, bulimia, obesidad... Y la medicina y la psicología intentan atajar la mala relación con la comida. Una mala relación con la comida provoca todas estas enfermedades, todas.
Se trata de enfermedades, a menudo muy dolorosas, relacionadas sobre todo con tormentos de la psique y del alma, hay una relación entre el desequilibrio psíquico y la forma de comer. Como enseñó Jesús, lo malo no son los alimentos en sí, sino la relación que tenemos con ellos. La comida es la manifestación de algo interior: la predisposición al equilibrio o a la desmesura; la capacidad de dar gracias o la arrogante pretensión de autonomía; la empatía de quien sabe compartir la comida con los necesitados, o el egoísmo de quien lo acumula todo para sí mismo. Esta es una pregunta muy importante: Dime cómo comes, y te diré qué alma posees. En el modo de comer se revela nuestro interior, nuestras costumbres y nuestras actitudes psíquicas.
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