Gregorio se unió a San Basilio en el deseo de seguir a Cristo en la vida solitaria, y, como él, también sirvió como sacerdote. Ciertamente no todo fue armonía perfecta entre ambos, ya que cada uno poseía su propio carácter, pero supieron resolver sus diferencias como los buenos amigos lo hacen:
Hacia el año 372, San Basilio quiso consagrar a Gregorio como obispo de Sasima, pero aquella región constituía territorio en disputa entre las denominadas “Dos Capadocias”. Esto produjo tensiones entre ambos santos, las que superaron con el tiempo.
Después de recorrer varias ciudades, San Gregorio se estableció en Constantinopla donde sería consagrado obispo. Como pastor, su fidelidad le valió numerosos sufrimientos a causa de las difamaciones promovidas, paradójicamente, por algunos cristianos de buen nombre y por aquellos que no perdían ninguna oportunidad de generar ataques contra la doctrina católica, con el apoyo de conocidos herejes del momento.
Concilio constantinopolitano
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