Este 24 de abril, segundo domingo de Pascua, el Papa Francisco presidió la Misa de la Divina Misericordia de forma pública en la Basílica de San Pedro, donde animó a "anteponer el recuerdo del abrazo y de las caricias de Dios al de nuestros errores y nuestras caídas" para alimentar la alegría.
Reflexionando acerca del pasaje de San Juan (Jn 20,19.21.26), que relata el momento en el que Jesús Resucitado se presenta ante los discípulos diciendo “La paz esté con ustedes”, el Papa Francisco quiso señalar tres acciones de la Divina Misericordia.
La alegría
En primer lugar, Francisco habló de la alegría, aquella “gracia especial de sentirnos perdonados gratuitamente”.
“Los discípulos deberían haber sentido vergüenza, y en cambio se llenan de alegría. ¿Por qué? Porque ese rostro, ese saludo, esas palabras desvían su atención de sí mismos a Jesús”, dijo el Papa Francisco.
Asimismo, el Santo Padre aseguró que “Cristo no les recrimina el pasado, sino que les renueva su benevolencia. Y esto los reanima, les infunde en sus corazones la paz perdida, los hace hombres nuevos, purificados por un perdón que se les da sin cálculos y sin méritos”.
“Esta es la alegría de Jesús, la alegría que hemos sentido también nosotros cuando experimentamos su perdón. Nos ha pasado también a nosotros sentirnos como los discípulos en la tarde de Pascua, después de una caída, de un pecado o de un fracaso”.
El Papa explicó que es en esos momentos cuando “parece que no hay nada más que hacer”, donde “el Señor hace lo que sea para darnos su paz, por medio de una Confesión, de las palabras de una persona que se muestra cercana, de una consolación interior del Espíritu Santo, de un acontecimiento inesperado y sorprendente”.
“Antepongamos el recuerdo del abrazo y de las caricias de Dios al de nuestros errores y nuestras caídas. De ese modo alimentaremos la alegría. Porque nada puede seguir siendo como antes para quien experimenta la alegría de Dios”, aseguró el Papa.
El don del perdón
A continuación, el Santo Padre destacó el don del perdón como otra de las tres acciones de la Divina Misericordia, que llega “por medio de la humilde bondad de un confesor misericordioso, que sabe que no es el poseedor de un poder, sino un canal de la misericordia, que derrama sobre los demás el perdón del que él mismo ha sido el primer beneficiado”.
“Toda la Iglesia ha sido constituida por Jesús como una comunidad dispensadora de misericordia, signo e instrumento de reconciliación para la humanidad”, señaló.
“Si experimentamos la alegría de ser liberados del peso de nuestros pecados y de nuestros errores; si sabemos en primera persona qué significa renacer, después de una experiencia que parecía no tener salida, entonces se hace necesario compartir el pan de la misericordia con los que están a nuestro lado”, defendió el Papa.
Las llagas del prójimo
Por último, el Papa habló acerca de Santo Tomás, cuya incredulidad no escandalizó a Jesús, sino que lo trató con misericordia.
“En Tomás está la historia de todo creyente. Hay momentos difíciles, en los que parece que la vida desmiente a la fe, en los que estamos en crisis y necesitamos tocar y ver. Pero, como Tomás, es precisamente en esos momentos cuando redescubrimos el corazón del Señor, su misericordia”, dijo el Papa.
Más tarde, señaló que “Jesús, en estas situaciones, no viene hacia nosotros de modo triunfante y con pruebas abrumadoras, no hace milagros rimbombantes, sino que ofrece cálidos signos de misericordia. Nos consuela con el mismo estilo del Evangelio de hoy: ofreciéndonos sus llagas”.
Según puntualizó el Pontífice, “la misericordia de Dios, en nuestras crisis y en nuestros cansancios, a menudo nos pone en contacto con los sufrimientos del prójimo”.
“Pensábamos que éramos nosotros los que estábamos en la cúspide del sufrimiento, en el culmen de una situación difícil, y descubrimos a quienes, permaneciendo en silencio, están pasando momentos peores. Y, si nos hacemos cargo de las llagas del prójimo y en ellas derramamos misericordia, renace en nosotros una esperanza nueva, que consuela en la fatiga”.
El Papa animó a los fieles a preguntarse “si en este último tiempo hemos tocado las llagas de alguien que sufra en el cuerpo o en el espíritu; si hemos llevado paz a un cuerpo herido o a un espíritu quebrantado; si hemos dedicado un poco de tiempo a escuchar, acompañar y consolar”.
“Cuando lo hacemos, encontramos a Jesús, que desde los ojos de quienes son probados por la vida, nos mira con misericordia y nos repite: ¡La paz esté con ustedes!”, concluyó.
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