Tres expertos en íconos, historia y arte explican el origen y la evolución de lo que actualmente se conoce como la cara de Cristo: el rostro de cabello largo, barba y mirada intensa del que hay actualmente múltiples representaciones.
Aunque los evangelios, los libros de la Biblia que narran la vida de Cristo, no se refieren de manera específica a su apariencia, el origen de lo que hoy se conoce se remonta a las primeras comunidades cristianas, que debieron ocultarse en las catacumbas ante la persecución en el Imperio Romano.
El P. Sergio Mercanzin, experto en íconos, explicó al programa Vaticano de EWTN que las primeras imágenes de Cristo se encontraron “en las catacumbas de Roma”.
“Lo interesante es que Roma, y eso lo hemos visto en conferencias con expertos, tiene este privilegio de tener los íconos más antiguos del mundo: marianos y cristológicos”, indicó el sacerdote.
En las catacumbas romanas, debajo del nivel del mar, se puede ver a Jesús representado como el Buen Pastor, joven y sin barba.
Además, los primeros artistas cristianos en Roma representaron a Jesús considerando también un contexto pagano. En estas imágenes, Cristo se parece al dios romano Júpiter o Zeus.
Siglos después, las representaciones de Cristo cambiaron. Hacia el siglo IV, Jesús comenzó a ser representado como lo que conocemos hoy.
“Hay un ícono de Cristo, que fue encontrado en Ostia hace algunas décadas, que se remonta al cuarto o quinto siglo. Luego está el ícono acrapital, que no fue pintado por mano humana. Ese puede ser del siglo VI o VII”, precisó el P. Mercanzin.
Elizabeth Lev, historiadora del arte y profesora de la Duquesne University en Estados Unidos, refiere que “en el periodo posterior a la legalización del cristianismo, comenzamos a pensar con algo de ayuda de parte del emperador, en términos de Jesús como maestro, la autoridad de Jesús, Jesús como el que da las leyes. Es entonces cuando Jesús comienza a madurar un poco más hacia la expresión del maestro con barba, del rabí o maestro”.
Lev se refiere al emperador Constantino, que en el año 313 emitió el Edicto de Milán, con el que se permitía la libertad de culto en el Imperio Romano, no solo para el cristianismo sino para las demás religiones.
“Así prosigue la imagen de Cristo con algunas variaciones”, indica la experta y precisa que “el mayor momento en el que los cristianos se concentran en su rostro es cuando comienzan a crearse íconos, objetos que no solo son creados para la oración sino para el entendimiento teológico”.
Entonces, dice Lev, los íconos “se comienzan a crear con la imagen del maestro, con los grandes aspectos simbólicos como la garganta ancha llena del Espíritu Santo. Aspectos simbólicos colocados para comunicar y enseñar con la imagen”.
Para el sacerdote jesuita y artista esloveno, P. Marko Iván Rupnik, que en su obra reconcilia los estilos de la Iglesia latina y la de rito oriental, los íconos de Cristo también comunican un lenguaje que es entendido por los cristianos.
“Los cristianos crearon un koiné, un tipo de lenguaje que solo podía ser entendido por cristianos”, precisó el sacerdote que fue también el creador del ícono del Jubileo de la Misericordia de 2016.
“Por ejemplo, tomó una imagen romanesca de Astoria en España y una iglesia bizantina rusa. Entiendo las imágenes porque el lenguaje es verdaderamente el lenguaje teológico, dogmático de la Iglesia, de la liturgia”, destacó.
El sacerdote y artista precisa que, sin importar si el arte de los íconos es de la Iglesia latina u oriental, ambos tienen “una única fuente”, que derivó con el tiempo a lo que se conoce hoy.
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