“La fe es incompatible con el orgullo, con la vanagloria, con el deseo de la estima de los hombres. Para creer, es necesario humillarse”, escribió alguna vez el Beato Carlos de Foucauld, un hombre que perteneció a la aristocracia francesa, que se convirtió en militar y aventurero y que tras encontrarse con Dios, abandonó la vida disoluta y se convirtió en un místico de los tiempos modernos, en un hombre de Dios.
Carlos de Foucauld nació en Estrasburgo, Francia, en el seno de una familia aristocrática, en 1858. A los seis años quedó huérfano, luego que su padre muriera de tuberculosis y su madre en el trabajo de parto. Junto con su hermana, quedó a cargo de uno de sus abuelos. Se educó en los colegios jesuitas de Nancy, primero, y luego en París.
Ingresó al servicio militar en 1876, pero años después fue dado de baja por mala conducta cuando se encontraba en Argelia. Sin embargo, tiempo después volvió al ejército a causa de una revuelta en el país africano. Cuando todo acabó renunció al ejército y, en 1882, inició una expedición por Marruecos. Convertido en explorador, se inició en el aprendizaje del árabe y el hebreo. Durante su travesía se hizo pasar por judío y se dedicó a registrar el paisaje marroquí -tanto en su humanidad como en su geografía-, recorrió inhóspitos lugares de Argelia y Túnez, describió culturas y costumbres. Por ese trabajo, Foucauld recibió la medalla de oro de la Sociedad Francesa de Geografía.
En 1886, Carlos tuvo una experiencia profunda de conversión. Todo empezó cuando se percató de la entrega y el fervor con el que vivían su religión los musulmanes. En cambio, para él la religión siempre había estado en la periferia de sus intereses, y le había resultado repulsiva la idea de un Dios creador.
Con la ayuda de un sacerdote, Carlos empezó a aprender la esencia del cristianismo y a ver que su vida carecía de lo que más anhelaba. Abriendo su corazón al Señor, hizo una sincera confesión de vida, y optó por una vida más austera. Foucauld empezó a darse cuenta del sufrimiento de muchos, mientras solo encontraba consuelo y alegría en la oración. Escandalizado ante los horrores de la esclavitud, que hasta entonces no había cuestionado, empezó a dormir en el suelo y renunció a toda comodidad. Finalmente, peregrinó hasta Tierra Santa tras los pasos de Jesús, iniciando un itinerario espiritual que lo llevaría a convertirse en un hombre de profunda oración.
Foucauld ingresó al monasterio Notre Dames-des-Neiges y se hizo un monje trapense, tomando el nombre de Marie-Alberic. Fue enviado al Monasterio de Akbes en Siria y luego se instaló en Roma, donde empezó a estudiar. Sin embargo, optó por dejar la Trapa, ya que los pueblos del norte de África, con los que había vivido, estaban constantemente en sus pensamientos. Tiempo después, volvió como peregrino a Tierra Santa y luego retornó a Francia. Tras retomar los estudios de teología fue ordenado en 1901.
Ya como sacerdote, se fue a vivir cerca de Marruecos con la intención de anunciar el Evangelio. Lo hizo con especial entrega entre los Tuaregs. Escribió varios libros sobre aquel pueblo y tradujo los Evangelios a su lengua. Carlos se estableció en el corazón del desierto del Sahara en Tamanrasset (Hoggar, Argelia).
En 1909 fundó la Unión de Hermanos y Hermanas del Sagrado Corazón, con el objetivo de evangelizar las colonias francesas de África. Los bereberes, etnia del norte de África, se convirtieron en su nueva familia, en su nuevo mundo. Muchos de ellos reconocían en Carlos a un verdadero amigo y por él cambiaron mucho de su visión con respecto a los franceses y los extranjeros.
Lamentablemente, el 1 de diciembre de 1916, el Beato Carlos de Foucauld fue asesinado en la puerta de su ermita a causa de un disparo de fusil, durante los confusos incidentes de una de las tantas revueltas antifrancesas de los bereberes de Hoggar. “Creo necesario morir como mártir, despojado de todo, tendido en el suelo, desnudo, cubierto de heridas y de sangre, de forma violenta y con una muerte dolorosa”. Con estas duras palabras el Beato había prefigurado su cercano final.
Diez congregaciones religiosas y ocho asociaciones espirituales han sido inspiradas por su testimonio y carisma.
Carlos de Foucauld fue beatificado por Papa Benedicto XVI en 2005 y su memoria se celebra cada 1 de diciembre.
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