¿Qué “sueño” puede ser más grande que ver a un ser humano realizar todo lo que puede ser en la vida? ¿Qué libertad puede ser mayor a la que es posible apreciar en la vida humana que empieza y que, por lo tanto, tiene todo por delante para construir su bien y el de los demás? ¿Qué derecho puede ser más significativo que aquel que se respeta de manera incondicional?
La Virgen, como madre que es, alecciona, da ejemplo y acompaña a padres y madres en el sendero que se dirige a recibir una nueva vida. La Virgen de la O, así, se constituye para los progenitores en símbolo de esperanza. Contemplando a la Madre de Dios en los días previos al alumbramiento de Jesús, con muy poco, con casi todo en contra, experimentando soledad y pobreza, vemos a una mujer dispuesta a todo por su hijo. Ella acoge la vida divina con amor y la potencia con su sacrificio en el día a día. Por eso, cualquier madre que se pone en manos de Dios, nunca será defraudada.
¡Qué gran bendición es María para las mujeres que llevan a un hijo o hija en sus vientres! Cuánta esperanza, aún con dolor, puede extraerse de su dulce espera. ¡Qué bello el privilegio de gestar o de acoger a alguien que también es hijo de Dios! ¡Cuánta alegría puede haber en ello si se sobrepone el amor a la dificultad! ¡Qué dulzura estar encinta! ¡Qué consuelo en los momentos difíciles!
¡Virgen de la O, ruega por todas las madres del mundo! ¡Intercede por nosotros en este Adviento!
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