Esto, precisa, se debe a que “la conservación de las cenizas en un lugar sagrado puede contribuir a reducir el riesgo de sustraer los difuntos a la oración y al recuerdo de los familiares y de la comunidad cristiana” y también “evita la posibilidad de olvidos y faltas de respeto, que pueden producirse especialmente una vez pasada la primera generación, así como prácticas indecorosas o supersticiosas”.
Además, el Cardenal Fernández remarca que “nuestra fe nos dice que resucitaremos con la misma identidad corporal que es material, como toda criatura de esta tierra, aunque esa materia será transfigurada, liberada de las limitaciones de este mundo”.
Asimismo, aclara que “esta transformación no implica la recuperación de las idénticas partículas de materia que formaban el cuerpo del ser humano. Por tanto, el cuerpo resucitado no estará formado necesariamente por los mismos elementos que tenía antes de morir”.
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