El Santo Padre les recordó que “no están solos”, y les compartió su deseo de estar con ellos, sabiendo cuánto sufren al verse obligados a huir, buscando construir una nueva vida por el bien de sus hijos.
Acontinuación, gracias a Radio Vaticano, el texto completo:
Queridos amigos
He querido estar hoy con ustedes. Quiero decirles que no están solos. En estas semanas y meses, han sufrido mucho en su búsqueda de una vida mejor. Muchos de ustedes se han visto obligados a huir de situaciones de conflicto y persecución, sobre todo por el bien de sus hijos, por sus pequeños. Han hecho grandes sacrificios por sus familias. Conocen el sufrimiento de dejar todo lo que aman y, quizás lo más difícil, no saber qué les deparará el futuro. Son muchos los que como ustedes aguardan en campos o ciudades, con la esperanza de construir una nueva vida en este Continente.
He venido aquí con mis hermanos, el Patriarca Bartolomé y el Arzobispo Jerónimo, sencillamente para estar con ustedes y escuchar sus historias. Hemos venido para atraer la atención del mundo ante esta grave crisis humanitaria y para implorar la solución de la misma. Como hombres de fe, deseamos unir nuestras voces para hablar abiertamente en su nombre. Esperamos que el mundo preste atención a estas situaciones de necesidad trágica y verdaderamente desesperadas, y responda de un modo digno de nuestra humanidad común.
Dios creó a la humanidad para ser una familia; cuando uno de nuestros hermanos y hermanas sufre, todos estamos afectados. Todos sabemos por experiencia con qué facilidad algunos ignoran los sufrimientos de los demás o, incluso, llegan a aprovecharse de su vulnerabilidad. Pero también somos conscientes de que estas crisis pueden despertar lo mejor de nosotros. Lo han comprobado ustedes mismos y con el pueblo griego, que ha respondido generosamente a sus necesidades a pesar de sus propias dificultades. También lo han visto en muchas personas, especialmente en los jóvenes procedentes de toda Europa y del mundo que han venido para ayudarlos. Sí, todavía queda mucho por hacer. Pero demos gracias a Dios porque nunca nos deja solos en nuestro sufrimiento. Siempre hay alguien que puede extender la mano para ayudarnos.
Éste es el mensaje que les quiero dejar hoy: ¡No pierdan la esperanza! El mayor don que nosotros podemos ofrecer es el amor: una mirada misericordiosa, la solicitud para escucharnos y entendernos, una palabra de aliento, una oración. Ojalá que puedan intercambiar mutuamente este don. A nosotros, los cristianos, nos gusta contar el episodio del Buen Samaritano, un forastero que vio a un hombre necesitado e inmediatamente se detuvo para ayudarlo. Para nosotros, es una parábola sobre la misericordia de Dios, que se ofrece a todos, porque Dios es “todo misericordia”. Es también una llamada para mostrar esa misma misericordia a los necesitados. Ojalá que todos nuestros hermanos y hermanas en este Continente, como el Buen Samaritano, vengan a ayudarlos con ese espíritu de fraternidad, solidaridad y respeto por la dignidad humana, que los ha distinguido a lo largo de la historia.
Queridos amigos, que Dios los bendiga a todos y, de modo especial, a sus hijos, a los ancianos y a los que sufren en el cuerpo y en el espíritu. Los abrazo a todos con afecto. Invoco sobre ustedes y sobre quienes los acompañan, los dones divinos de fortaleza y paz.
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