Martín nació en Panonia (actual Hungría) alrededor del año 316. Fue hijo de padres paganos. Su padre fue militar y él, siguiendo la tradición familiar, ingresó a los 15 años a la guardia imperial romana. Mientras integraba el ejército, se convirtió al cristianismo y fue admitido como catecúmeno.
Martín dejó así de ser ‘soldado del emperador’, para ‘defender’ a otro Señor y ‘extender’ su Reino en la tierra. Algo sin duda mejor, muy por encima de los habituales anhelos de gloria y honor de este mundo.
Aunque algunos hagan mofa de cierto lenguaje ‘bélico’ -sin duda metafórico- para explicar algunos aspectos de la vida cristiana, o, por el contrario, vean en este las supuestas trampas del belicismo que creen inherente a la religión, el punto va por otro lado: El Reino de Dios no es de este mundo (ver: Jn 18, 33-37). Y su Reino descansa sobre la justicia y la misericordia que viene de Dios y no de los hombres. Por eso, en la tradición -partiendo de la Escritura (“La vida del hombre sobre la tierra es milicia” Jb 7,1-4.6-7)- abundan las analogías o símiles entre el campo de batalla, la disciplina militar y el combate real que se ha de librar contra el pecado y el mal, empezando por el propio interior de la persona.
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