Hoy 19 de enero la Iglesia celebra a San Juan de Ribera, Arzobispo de Valencia y Patriarca de Antioquía, quien fue una figura prominente de la restauración espiritual de la España de la contrarreforma.
La llamada “contrarreforma” fue un movimiento fundamentalmente catequético, nacido en el corazón de la Iglesia para salir al paso de los problemas que el surgimiento del protestantismo había significado para la unidad del cristianismo latino. La aparición de las iglesias protestantes, como resultado de la honda crisis por la que pasaba la Iglesia Católica, multiplicó el clima de incertidumbre entre los fieles y los terminó golpeando enormemente. Mientras muchos se apartaban para formar parte de la revuelta espiritual, otros simplemente abdicaban de la fe. Eran tiempos oscuros que requerían de una respuesta luminosa. Ese tipo de reacción solo puede venir de hombres y mujeres comprometidos con la santidad. Uno de esos fue Juan de Ribera.
Desde la Arquidiócesis de Valencia, el santo contribuyó enormemente al espíritu de renovación del catolicismo mediante la difusión y aplicación de las directrices del Concilio de Trento. Algo que empezó en su jurisdicción, pero cuyo ejemplo terminó trascendiendo a otros territorios. Por ese motivo, el Papa San Pio V, promotor de la contrarreforma, llamó a San Juan “lumbrera de toda España” (lumen totius Hispaniae).
Amante de la Iglesia
Juan de Ribera -o de Rivera- nació en Sevilla en 1532. Su padre ostentaba los títulos de duque de Alcalá y marqués de Tarifa, y ocupó el cargo de virrey de Cataluña y Nápoles; mientras que su madre, también de origen noble, murió cuando él era aún muy pequeño.
Recibió la tonsura clerical en 1544 y marchó a estudiar a la Universidad de Salamanca -la más prestigiosa que existía en ese momento en España- con los célebres teólogos Melchor Cano y Domingo de Soto.
En 1562, cuando era un joven sacerdote, fue nombrado obispo de Badajoz por pedido del Papa Pío IV. En aquella diócesis trabajó arduamente por el fortalecimiento de la fe a través de la enseñanza de la doctrina católica, de manera que los fieles pudiesen resistir la influencia del incipiente protestantismo que amenazaba con extenderse en España. San Juan le dio mucha importancia a la catequesis, en la que encontraba el arma más eficaz para dar a conocer la verdad.
Pastor incansable
Juan fue un gran predicador pero, por sobre todo, fue un pastor al servicio de sus ovejas. Solía confesar por largas horas, llevar la comunión a los enfermos y atender cariñosamente a quienes buscaban consejo. Fue también un hombre desprendido. Siendo obispo, en una ocasión, vendió el mobiliario y la loza de su propio comedor para asistir a unas familias en necesidad.
En 1568, el Papa le confirió el título de Patriarca de Antioquía (entre finales del siglo XVI e inicios del XVII) y dos meses después le encargó el Arzobispado de Valencia. En esa sede española trabajó durante 42 años ininterrumpidamente, hasta su muerte, concentrándose también en la defensa de la fe cristiana frente a la influencia morisca.
Escribió varias obras, entre las que destaca el Manuale Valentinum (1592). Entre 1569 y 1610, realizó un número impresionante de visitas o acciones pastorales: dos mil setecientas quince. Con los registros escritos de aquellas visitas se llenaron 91 volúmenes de actas, las que se conservan hasta hoy. Además, como para no dejar dudas de su celo pastoral y su alma cuidadosa, organizó hasta siete sínodos arzobispales con sus párrocos y sacerdotes. En esas reuniones se esforzó siempre por estar atento a las necesidades de las almas que Dios le había confiado.
La respuesta a la crisis es siempre la misma: santidad
San Juan de Ribera tuvo amistad con muchas de las figuras más importantes del catolicismo de aquellos tiempos excepcionales; santos florecidos en defensa de la verdad de Cristo y de la Iglesia. Entre ellos se cuenta a San Juan de Ávila, San Luis Bertrán, San Francisco de Borja, San Carlos Borromeo, San Pedro de Alcántara, San Pascual Bailón, San Salvador de Horta, San Alonso Rodríguez, Santa Teresa de Jesús, San Roberto Belarmino, San Lorenzo de Brindis, Beato Nicolás Factor, Beato Andrés Hibernón y Beato Gaspar Bono.
San Juan de Ribera falleció el 6 de enero de 1611 en el Colegio-Seminario de Corpus Christi. Fue canonizado por el Papa Juan XXIII el 12 de junio de 1960.
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