El 22 de enero inició el proceso de beatificación del sacerdote Nicolás Kluiters, un misionero jesuita que murió “a causa de la fe” por evangelizar y construir la paz en medio de la guerra civil en el Líbano.
El P. Nicolás Kluiters murió torturado y asesinado luego de sufrir un secuestro el 14 de marzo de 1985, mientras caminaba por una carretera del Valle de Becá, en el Líbano. En ese lugar evangelizó y ayudó a construir la paz y el desarrollo local, pese a los peligros de la guerra civil.
Según el vicepostulador de su causa de beatificación, su obra generó la ira de los partidos pro-sirios, de izquierda o chiítas libaneses.
El Líbano estuvo en guerra civil entre 1975 y 1990, un conflicto multifacético y multiconfesional por el control político que causó la muerte de cerca de 120 mil personas, el éxodo de millones de personas y dejó miles de desplazados internos.
El Vicario Apostólico de Beirut para los latinos, Mons. César Essayan, presidió la sesión del tribunal eclesiástico designado para examinar el expediente del P. Kluiters, en una sala de la Iglesia de San José, de la orden de los jesuitas, en Beirut.
Ese mismo día, para conmemorar el inicio del proceso de beatificación, Mons. Essayan celebró una Misa, a la que asistió un gran número de habitantes de Barqa, el pueblo maronita donde el P. Kluiters era coadjutor y tiene fama de santidad.
Biografía
El P. Nicolás Kluiters nació en Delft (Países Bajos) en 1940. En 1966, tras cursar estudios en Bellas Artes, ingresó a la Compañía de Jesús, llamados “jesuitas”, donde terminó sus estudios de teología y fue ordenado sacerdote.
Luego, el sacerdote viajó al Líbano, donde aprendió el idioma árabe y obtuvo un diploma de trabajador social. En 1976, de acuerdo con el superior general de los jesuitas, el P. Peter-Hans Kolvenbach, desembarcó en Líbano para iniciar su misión evangelizadora.
Al inicio, el P. Kluiters se instaló con otros tres compañeros: los sacerdotes Hans Putman, Hani Rayess y Tony Aoun, en el convento de Taanayel, ubicado al norte de la Llanura del Becá.
En ese lugar, con apoyo de algunas órdenes religiosas femeninas como las salesianas, la Congregación de los Sagrados Corazones, las Franciscanas Misioneras de María, y las Hermanitas y Religiosas de Jabboulé, realizó Misas y confesiones, bautismos y funerales, catequesis para la Primera Comunión, veladas, retiros espirituales, actividades para jóvenes, etc.
En 1981, por encargo del Arzobispo maronita de Zahlé, Mons. Georges Iskandar, el P. Kluiters fue nombrado párroco de la iglesia local de Barqa, cargo que asumió con valentía en medio del clima de guerra civil que desgarraba al Líbano en 1975.
La gran obra del P. Kluiters fue generar una relación estrecha entre la fe en Cristo y el desarrollo de la comunidad de Barqa, pues el sacerdote misionero se encontró con una aldea que presentaba muchos retos, entre ellos, su geografía, pues debía enfrentar muchos riesgos para salir de la región y llegar a la capital.
El pueblo de Barqa “formaba parte de un triángulo entre Chlifa, Aynata y Nabha. En el interior, todos los pueblos eran [católicos] maronitas. Toda el área alrededor era musulmana chiíta”, explicó el P. Sicking. Esta situación en medio de las tensiones de la guerra, era una razón suficiente para que cualquier otra persona decida emigrar, sostuvo.
Además, Barqa era una aldea que sufría dificultades económicas y disputas parroquiales. Por ejemplo, en las iglesias de San Miguel y San José, situadas en extremos opuestos del pueblo, las familias rivales celebraban cada una su propia Misa.
Pese a los retos, el P. Kluiters utilizó sus dones para crear puentes entre las aldeas, a través de su trabajo por la evangelización y el desarrollo social y económico de la comunidad.
“El milagro de mi vocación en la región de Becá es que he podido experimentar una transformación de los aldeanos: habitantes que luchaban entre sí, y que se han transformado en hombres que construyen juntos su futuro”, dijo el sacerdote en una de sus cartas.
Fue así que el sacerdote construyó una escuela entre las capillas de ambos extremos del pueblo, y animó a las hermanas de la Congregación de los Sagrados Corazones a instalarse en la zona. Además, construyó una iglesia y diseñó un Vía Crucis al aire libre.
También, puso en marcha obras de interés público que unieron a la comunidad, como el trabajo de la tierra, la promoción del empleo y la salud, y la mejora de la infraestructura vial.
Así, implementó canales de riego, depósitos de agua, plantaciones de árboles frutales – que era una forma de combatir el cultivo ilegal de hachís-; organizó talleres de confección en colaboración con una fábrica textil de Beirut; promovió la excavación de una carretera que conduce a huertos lejanos; y en colaboración con la Orden de Malta, construyó un centro de salud.
Estos proyectos no solo generaron la unidad de la aldea, sino que generó la simpatía de la población. A tal punto que el sacerdote decidió no tener otro hogar que el que le brindaba la hospitalidad de la población que lo recibía en sus casas.
El sacerdote no tuvo miedo de recorrer la Llanura del Becá, y pese a que su árabe no era perfecto, viajaba todos los días a Hermel a celebrar Misa con las Hermanitas de Carlos de Foucault.
El vicepostulador de la causa de beatificación, el P. Thom Sicking, dijo que “por desgracia, con el paso del tiempo y la puesta en marcha de los proyectos, algunas de las facciones enfrentadas -partidos pro-sirios, de izquierda o chiítas- se sintieron ensombrecidas por la figura de este hombre, que era un estorbo para su influencia y, sobre todo, en sus planes: les preocupaba”.
Un año antes de su muerte, el P. Kluiters viajó a Roma a un retiro espiritual, y si bien al inicio pensó que su misión en Barqa había terminado y que podía iniciar una nueva misión en Sudán, decidió regresar “para consolidar la obra emprendida”. Al poco tiempo, fue asesinado.
Para el P. Sicking, su decisión se parece a la de los monjes de Tibhirine (Argelia), que se quedaron en su monasterio en solidaridad con su pueblo, pese al riesgo de la violencia de los extremistas islámicos. Los monjes, que también fueron secuestrados y murieron decapitados, fueron beatificados el 26 de enero de 2018.
El P. Kolvenbach dijo que al igual que los monjes, el martirio llegó para el P. Kluiters “no como una sorpresa, sino como el fruto de una larga maduración vivida en unión con la ofrenda de Cristo, su Señor crucificado y resucitado”.
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