El 25 de abril de 1927, el sacerdote español Andrés Sola y Molist fue fusilado con otro sacerdote y un laico mexicanos en San Joaquín, México. En este Domingo del Buen Pastor recordamos su historia y sus últimas palabras antes de morir: “¡Jesús, muero por tu causa! ¡Dios mío, muero por ti!”.
El P. Andrés Solá nació el 7 de octubre de 1895 en la masía conocida con el nombre de Can Vilarrasa, situada en el municipio de Taradell, en la provincia de Barcelona en España. Fue el tercer hijo de una familia numerosa compuesta de once hermanos y los padres, que eran agricultores.
Cursó el Postulantado en Vic pasando después al Noviciado de Cervera. Durante el año de Noviciado sufrió pruebas en su salud. Su primera profesión como claretiano fue el 15 de agosto de 1914.
Recibió la ordenación sacerdotal el 23 de septiembre de 1922 en Segovia.
Fue enviado a México donde trabajó como profesor en el postulantado claretiano de Toluca y repartía su tiempo con la predicación popular, pese al veto del gobierno, especialmente para el clero extranjero.
La persecución religiosa recrudeció. En diciembre de 1924 recibió, junto con sus hermanos de comunidad de León, la noticia de las leyes anticatólicas y anticlericales del presidente Plutarco Elías Calles, optando por refugiarse en la casa de unas amigas suyas, las hermanas Josefina y Jovita Alba, para evitar ser expulsado del país.
El sitio web del Vaticano relata que el 23 de abril de 1927 el superior de la comunidad le entregó una carta en la que le comunicaba la existencia de una orden de detención contra él y le invitaba a suspender toda actividad, a huir o a esconderse, y a cambiar de domicilio. No le dio importancia a la carta, pensando que nada malo le podría pasar. Fue detenido al día siguiente.
Cuando entraron los soldados en la casa de las hermanas Alba no reconocieron al P. Solá como sacerdote. Solo tras el registro efectuado a su habitación descubrieron una fotografía en la que daba la Primera Comunión a una niña.
En ningún momento negó su condición sacerdotal, más bien confesó su nombre y condición, siendo suficiente para detenerlo junto con el laico Leonardo Pérez, que se encontraba en el oratorio de la casa.
Los acusaron a él, a Leonardo y al joven sacerdote mexicano P. José Trinidad Rangel de haber asaltado y descarrilado un tren. En el interrogatorio, el P. Solá dijo: “Que me sea lícito manifestar que no tengo otro crimen, que yo conozca, que el de haber cumplido con mi deber como misionero que soy”.
Fueron trasladados en tren al lugar donde efectivamente hubo un atentado poco antes –el atentado y descarrilamiento que se les imputaba–, y allí, en la zona de San Joaquín, los tres fueron fusilados mientras gritaban, como lo hicieron muchos otros mártires en México durante la persecución: “¡Viva Cristo Rey!”.
Leonardo y el P. Rangel murieron de inmediato, pero el P. Andrés resistió tres horas más. Al ver acercarse a unos trabajadores del ferrocarril les dijo: “Dos somos sacerdotes y morimos por Jesús, morimos por Dios, estoy mal herido, muero por Jesús. No se olvide de hacer llegar a mi madre, por el medio que pueda, que he muerto pero dígale que tiene un hijo mártir”.
Luego el P. Andrés pidió un poco de agua y dijo sus últimas palabras: “¡Jesús, misericordia! ¡Jesús, perdóname! ¡Jesús, muero por tu causa! ¡Dios mío, muero por ti!”.
Este sacerdote, el P. Rangel y Leonardo Pérez son conocidos como los Mártires de San Joaquín, por el lugar donde fueron asesinados.
Fueron beatificados en Guadalajara (México), con 12 mártires mexicanos el 20 de noviembre de 2005. Se les recuerda el 1 de febrero en un grupo de 184 mártires claretianos asesinados durante la persecución en México y la Guerra Civil Española.
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