Cada 23 de agosto la Iglesia celebra a San Felipe Benizi (Filippo Benizzi), santo del siglo XIII, superior general de la Orden de los Siervos de María (Ordo Servorum Mariae), cuyos miembros son conocidos como “servitas”.
San Felipe Benizi de Damiani fue el responsable de la expansión y fortalecimiento de la Orden, fundada en Florencia en 1233 por los “siete santos fundadores”. Los servitas son una de las cinco órdenes mendicantes originales de la Iglesia Católica.
Filippo Benizzi nació en el seno de una familia noble del reino de Florencia (Italia), el 15 de agosto de 1233.
En busca de su “lugar”
Siendo muy joven -se dice que con tan solo 13 años- se mudó a París a estudiar medicina. De París pasó a Padua, donde a los 19 años obtuvo el grado de Doctor en Medicina y Filosofía. A los 20 años regresó a su ciudad natal y ejerció allí su profesión por un año. Durante ese tiempo, se dedicó a estudiar las Sagradas Escrituras y a rezar con asiduidad. Solía hacerlo frente a un crucifijo del templo abacial de Fiésole. De cara a Cristo crucificado, Felipe pedía al Señor la luz necesaria para descubrir su vocación.
Sus oraciones dieron fruto, y estando un día orando en el templo de Fiésole, escuchó una voz que venía del crucifijo y que lo invitaba a ponerse bajo la protección de la Santísima Virgen en la Orden de los Servitas.
Siervo de María
Felipe pidió ser admitido en Monte Senario -monasterio servita- y recibió de manos de San Bonfilio el hábito de hermano lego. Los superiores le ordenaron trabajar en el huerto, pedir limosna y realizar algunas tareas duras y difíciles del campo. El santo se entregó por completo a dichas labores, orando incesantemente mientras las realizaba.
En 1258 fue enviado junto a otros servitas al convento de Siena. El largo viaje se convirtió en ocasión propicia para algunas discusiones en torno a la fe. Curiosamente, aun entre hombres de Dios, no siempre hay claridad y certidumbre en torno a las profundidades de la teología.
Felipe intervino en cada uno de los temas de manera brillante, dejando zanjadas varias cuestiones. Dos de los que viajaban con él, dieron cuenta de lo sucedido al prior general, quien al constatar la sabiduría y sencillez del Felipe, le pidió que se prepare para el sacerdocio.
Fraile y presbítero
Ese fue el inicio del itinerario que lo llevaría a entregarse a Dios en 1262 de manera definitiva. Poco después, Felipe sería nombrado maestro de novicios del convento de Siena y Vicario asistente del prior general.
En 1267, por voto unánime, Felipe fue elegido prior general de los servitas. Como primera labor, visitó los conventos de la Orden ubicados en el norte de Italia, invitando a todos a convertirse y someterse a la protección de la Madre de Dios. Tiempo después, San Felipe iniciaría otra ronda de visitas a los conventos de Alemania y Francia.
Negativa al papado y suspensión de su Orden
En 1269, durante el cónclave de Viterbo, reunido para elegir al sucesor del Papa Clemente IV, el nombre de Benizi circuló con fuerza como probable Papa. Felipe, quien sabía de sus fragilidades, no se consideraba digno de semejante cargo por lo que huyó de la ciudad y se refugió en una cueva (la famosa Grotta di San Filippo Benizi) en el Monte Amiata. En 1274 intervino en el segundo Concilio de Lión que, siguiendo las directrices del IV Concilio de Letrán, prohibía la fundación de nuevas órdenes religiosas y suprimía las órdenes mendicantes que aún no habían sido aprobadas por la Santa Sede.
En 1276 el Papa Inocencio V declaró suprimida su Orden. Felipe se dirigió entonces a Roma, pero antes de su llegada, el Papa Inocencio murió. El restablecimiento de la Orden recién llegaría con el Papa Juan XXI. A partir de entonces empezaría un renacer de los servitas.
El renacer de los servitas
En 1284, San Alejo puso bajo la dirección de San Felipe a su sobrina Santa Juliana, la cual fundó la tercera orden de las Siervas de María. El santo florentino se encargó también de enviar a los primeros misioneros servitas al oriente. Algunos de ellos llegaron incluso a derramar su sangre en tierras lejanas por fidelidad a Cristo.
En 1285, San Felipe decidió retirarse de la vida pública, después de años de entrega generosa como apóstol de Cristo y servidor de la Iglesia. Sus últimos días los pasó en el convento de Todi, orando postrado frente a la imagen de la Virgen Inmaculada.
Dios lo llamó a su presencia el 22 de agosto de 1285; fue canonizado en 1761 y su fiesta fue extendida a toda la Iglesia occidental en 1694.
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