Hoy se celebra a San Estanislao Kostka, patrono de los jóvenes que aspiran al sacerdocio

Cada 13 de agosto la Iglesia celebra a San Estanislao de Kostka, novicio polaco de la Compañía de Jesús que vivió entre los años 1550 y 1668. Siendo aún muy joven alcanzó las cumbres de la santidad gracias a su amor a la Virgen María y al deseo de servir a la Iglesia de Cristo.

San Estanislao es patrono de los novicios, de los que se preparan al sacerdocio y de la República de Polonia.

“Caminar con rapidez por la senda de la vida”

Estanislao nació en el castillo de Rostkowo, provincia de Mazovia (actual Polonia), el 28 de octubre de 1550. Su padre, Juan Kostka, Señor de Zakroczym, era un influyente político del Reino de Polonia que ocupaba el cargo de senador; su madre, Margarita Kryska de Drobni, estaba emparentada con los Duques de Mazovia. Estanislao era el segundo de los siete hijos de la pareja.

Con solo 13 años, Estanislao ingresó al internado jesuita de Viena (Austria), a donde a pesar de su corta edad fue enviado para educarse con la nobleza austríaca. Pronto, el pequeño empezó a destacar en el estudio, pero también por su recogimiento, devoción y afinidad con la oración. Allí Estanislao estudió gramática, humanidades y retórica durante tres años.

Desde los días de su estancia en el internado, Estanislao aprendería de las tensiones que surgen entre el poder temporal y los hijos de la Iglesia: el emperador Maximiliano II de Austria empezó a hostigar a los jesuitas hasta el punto de quitarles la casa que el rey Fernando I -su predecesor- había cedido al internado. Es así que Estanislao junto a su hermano Pablo y otros compañeros se ven obligados a trasladarse y vivir en la casa de un senador luterano residente en Viena.

Amor entrañable a la Eucaristía y a la Virgen

Al poco tiempo, estando de huésped en casa del senador, Estanislao cayó gravemente enfermo, temió lo peor y pidió que se le administrara la Eucaristía. Sin embargo, el dueño de casa, por ser luterano, no permitió que ingresara el sagrado viático a su propiedad.

En esas condiciones, el joven Estanislao, que no paraba de rezar, entró en éxtasis: habiéndose encomendado a Santa Bárbara, a cuya cofradía pertenecía, tuvo una visión en la que la santa, en compañía de dos ángeles, le llevaba la comunión hasta su cuarto.

Pasada la enfermedad, Estanislao quedó convencido de que había sido la Madre de Dios quien había intercedido por él para que quedara restablecido. En ese momento, Estanislao tendría solo unos 15 años.

Más adelante, fue la mismísima Virgen María con el Niño Jesús en brazos quienes se le aparecieron. La Madre de Dios le dijo: “Nuestra voluntad es que entres cuanto antes en la Compañía de mi Hijo Jesús”. Estanislao recibió aquellas palabras con profundo gozo, porque su corazón ya manifestaba hacía tiempo el deseo de entregar la vida a Cristo.

“Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10, 37)

Estanislao pidió ser admitido en la Orden, pero lamentablemente el provincial jesuita de Viena no accedió a su solicitud para no indisponer a su padre contra la Compañía, ya que este tenía un alto cargo político y era cercano al emperador Maximiliano.

Estanislao decidió entonces romper lazos con su familia. Primero, fue enviado a Alemania y después a Roma, para hacer su ingreso allí a la Orden. En su paso por Dillingen, Alemania, donde permaneció un tiempo, buscó a Pedro Canisio (más tarde San Pedro Canisio) quien era el provincial jesuita en ese país.

Pedro Canisio lo acogió amablemente y le permitió quedarse en la casa de la Compañía, encargándole algunos oficios sencillos como la atención a los estudiantes y la limpieza. Estanislao intercalaba las horas de trabajo con las de oración intensa en la capilla.

Semanas después, Canisio lo envió a Roma, donde fue recibido por el general de la Orden, Francisco de Borja -también declarado santo posteriormente-, quien lo admitió en el noviciado. Estanislao recibió una carta de su padre en la que lo reprendía duramente y amenazaba a los jesuitas con ser expulsados de Polonia. El joven santo le respondió de manera filial, pero también le expresó con firmeza su decisión vocacional.

Dejando todo en las manos del Señor, se entregó a la práctica de la oración constante. Cuando entraba a la Iglesia su rostro se encendía y con frecuencia era arrebatado en éxtasis durante la Misa, especialmente después de la comunión.

En el mes de la Asunción

El primer día de agosto de 1568, Pedro Canisio, de paso en Roma, se reunió con los novicios jesuitas para darles una plática sobre la urgencia de vivir la vida en constante conversión, condición para ir al cielo. Después de la plática, Estanislao dijo en frente de sus compañeros: “El padre Canisio nos ha exhortado a caminar con rapidez por la senda de la vida; pero su exhortación para mí ha sido un presagio de mi muerte”.

Quienes lo oyeron pronunciar esas palabras quedaron entre sorprendidos e inquietos. Estanislao no parecía, para empezar, ni siquiera enfermo. “Voy a morirme este mes”, concluyó.

A los pocos días, su salud empezó a decaer. Tenía frecuentes desvanecimientos, aparentemente debidos al calor del verano romano que le hacía mucho daño. Al amanecer del día de la Asunción de 1568, después de relatar que había contemplado a la Santísima Virgen rodeada de los ángeles en el cielo, partió a la Casa del Padre a los 18 años de edad.

En una de las celebraciones anteriores del día de la Asunción de la Virgen, San Estanislao había exclamado: “¡Qué día tan feliz debió ser para todos los santos aquél en que María entró en el cielo! Quizá ellos lo celebran con especial gozo, como lo hacemos nosotros en la tierra. Espero estar entre ellos en su próxima celebración”.

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