Catequesis del Papa Francisco sobre la vejez y la despedida de Jesús

En la Audiencia General de este miércoles 10 de agosto el Papa Francisco continuó con su serie de catequesis sobre la vejez y reflexionó en el discurso de despedida de Jesús en el que prometió que nos preparará un lugar más allá de la muerte.

“Nuestra existencia en la tierra es el momento de la iniciación a la vida, es vida, pero que te conduce hacia adelante a una vida más plena, una vida que solo en Dios encuentra su realización. Somos imperfectos desde el principio y seguimos siendo imperfectos hasta el final”, dijo el Santo Padre.

A continuación, la catequesis pronunciada por el Papa Francisco:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Nos encontramos ya en las últimas catequesis dedicadas a la vejez. Hoy entramos en la conmovedora intimidad de la despedida de Jesús a los suyos, ampliamente recogida en el Evangelio según San Juan.

El discurso de despedida comienza con palabras de consuelo y promesa: “No se turbe su corazón” (14,1); “Cuando me haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes” (14,3). Lindas palabras del Señor.

Poco antes de eso, Jesús le había dicho a Pedro: “Me seguirás más tarde” (13,36), recordándole el paso por la fragilidad de su fe. El tiempo de vida que les queda a los discípulos será, inevitablemente, un paso por la fragilidad del testimonio y por los desafíos de la fraternidad. Pero también será un paso por las apasionantes bendiciones de la fe: “El que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores” (14,12). ¡Piensen qué gran promesa es esta! No sé si lo pensamos profundamente, si lo creemos en profundidad. No lo sé, a veces, creo que no.

La vejez es el tiempo propicio para dar un testimonio conmovedor y alegre de esta espera. El anciano, la anciana, está en espera, en espera de un encuentro. En la vejez, las obras de la fe, que nos acercan a nosotros y a los demás al Reino de Dios, están ya más allá de la fuerza de las energías, de las palabras, y de los impulsos de la juventud y la madurez. Pero por eso mismo hacen aún más transparente la promesa del verdadero destino de la vida ¿y cuál es el verdadero destino de la vida? un lugar en la mesa con Dios, en el mundo de Dios.

Sería interesante ver si en las iglesias locales existe alguna referencia específica destinada a revitalizar este ministerio especial de espera en el Señor, es un ministerio, el ministerio de la espera en el Señor fomentando los carismas individuales y las cualidades comunitarias de la persona anciana.

Una vejez que se consume en el abatimiento por las oportunidades perdidas trae consigo el abatimiento para uno mismo y para todos. En cambio, la vejez vivida con dulzura, vivida con respeto por la vida real disuelve definitivamente una comprensión errada acerca de una fuerza que debe bastarse a sí misma y a su propio éxito. Incluso disuelve el equívoco de una Iglesia que se adapta a la condición mundana, pensando así en gobernar definitivamente su perfección y realización.

Cuando nos liberamos de esta presunción, el tiempo de envejecimiento que Dios nos concede es ya en sí mismo una de esas obras “mayores” de las que habla Jesús. De hecho, es una obra que a Jesús no le fue dada para que la cumpliera: ¡Su muerte, Resurrección y ascensión al cielo la hicieron posible para nosotros! Recordemos que “el tiempo es superior al espacio”. Es la ley de la iniciación. Nuestra vida no está destinada a cerrarse sobre sí misma, en una ilusoria perfección terrenal, está destinada a ir más allá, a través del paso de la muerte, porque la muerte es un paso. En efecto, nuestro lugar firme, nuestro punto de llegada no está aquí, está junto al Señor, donde Él habita para siempre.

Aquí, en la tierra, comienza el proceso de nuestro “noviciado”, somos aprendices de la vida, que - en medio de mil dificultades- aprendemos a apreciar el don de Dios, honrando la responsabilidad de compartirlo y hacerlo fructificar para todos. El tiempo de vida en la tierra es la gracia de este paso.

La pretensión de detener el tiempo, de querer la eterna juventud, el bienestar ilimitado, el poder absoluto, no solo es imposible, sino que es delirante.

Nuestra existencia en la tierra es el momento de la iniciación a la vida, es vida, pero que te conduce hacia adelante a una vida más plena, una vida que solo en Dios encuentra su realización. Somos imperfectos desde el principio y seguimos siendo imperfectos hasta el final.

En el cumplimiento de la promesa de Dios, la relación se invierte: el espacio de Dios, que Jesús nos prepara con todo cuidado, es superior al tiempo de nuestra vida mortal. He aquí que la vejez acerca la esperanza de esta realización. La vejez conoce definitivamente el sentido del tiempo y las limitaciones del lugar en el que vivimos nuestra iniciación. La vejez es sabia por esto. Los ancianos son sabios por esto.

Por eso ella es creíble cuando nos invita a alegrarnos del paso del tiempo: no es una amenaza, es una promesa. La vejez es noble, no necesita maquillarse para mostrar la propia nobleza, quizá el maquillaje viene cuando falta nobleza. La vejez es creíble cuando nos invita a alegrarnos del paso del tiempo: pero el tiempo pasa, esto no es una amenaza, es una promesa. La vejez, que redescubre la profundidad de la mirada de fe, no es conservadora por naturaleza, como se dice. El mundo de Dios es un espacio infinito, sobre el que el paso del tiempo ya no tiene ningún peso.

Y fue precisamente en la Última Cena cuando Jesús se proyectó́ hacia esta meta, cuando dijo a sus discípulos: “Desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que lo vuelva a beber con ustedes en el reino de mi Padre" (Mt 26, 29). En nuestra predicación, el Paraíso suele estar justamente lleno de dicha, de luz, de amor. Quizá le falte un poco de vida. Jesús, en las parábolas, hablaba del Reino de Dios añadiéndole más vida. ¿No somos, acaso, capaces de esto? La vida que continúa.

Queridos hermanos y hermanas, la vejez, vivida en la espera del Señor, puede convertirse en el cumplimiento de la “apología” de la fe, que da razón de nuestra esperanza para todos (cf. 1 Pe 3,15) porque la vejez hace transparente la promesa de Jesús, que se proyecta hacia la Ciudad Santa de la que habla el libro del Apocalipsis (capítulos 21-22).

La vejez es la fase de la vida más adecuada para difundir la alegre noticia de que la vida es una iniciación para una realización definitiva. Los ancianos son una promesa, son un testimonio de promesa. Y lo mejor está por llegar. Lo mejor está por llegar. Es el mensaje del anciano, de la anciana creyente es: lo mejor está por llegar. ¡Que Dios nos conceda una vejez capaz de esto!

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