El Patriarca Latino de Jerusalén, Mons. Pierbattista Pizzaballa, señaló que la actual crisis entre palestinos e israelíes es consecuencia de años de un lenguaje político violento y de rechazo al otro, y por tanto reconstruir las relaciones será algo que tomará mucho tiempo.
La ofensiva del ejército de Israel contra la Franja de Gaza, Palestina, controlada por el grupo terrorista Hamás, continúa nueve días después de su inicio con un balance cada vez mayor de muertos, heridos y destrucción de infraestructuras.
En declaraciones a EWTN, el Patriarca Latino de Jerusalén, Mons. Pierbattista Pizzaballa, atribuyó esta nueva crisis entre palestinos e israelíes a “años de un lenguaje político violento, de una cultura y unas políticas de rechazo al otro, de desprecio. Poco a poco, estas actitudes han creado una separación cada vez mayor entre dos pueblos, de la que tal vez no nos hemos dado cuenta hasta hoy”.
Según afirmó Mons. Pizzaballa, “llevará mucho tiempo reconstruir estas relaciones profundamente dañadas. Tendremos que trabajar con muchas personas de todas las religiones que todavía creen en un futuro juntos y que estén comprometidos con él”.
Es precisamente en el ámbito interreligioso donde Mons. Pizzaballa piensa que se puede trabajar de forma más efectiva por la concordia entre comunidades religiosas en Tierra Santa.
En ese sentido, reconoció que “ya no nos podemos conformar con los encuentros de paz interreligiosos, pensando que con esas iniciativas hemos resuelto el problema de la convivencia entre nosotros”.
Sino que “realmente tenemos que comprometernos para que, en nuestras escuelas, en nuestras instituciones, en los medios de comunicación, en la política en los lugares de culto resuene el nombre de Dios, del hermano, del compañero de vida. Tendremos que aprender a estar más atentos al lenguaje que usamos y a tomar conciencia de que la reconstrucción de un modelo serio de relaciones entre nosotros requiere tiempo, paciencia y valentía”.
La actual crisis violenta entre Palestina e Israel comenzó el 7 de mayo con el estallido de la violencia entre musulmanes palestinos, y árabe-israelíes, contra las fuerzas de seguridad de Israel.
La chispa que causó el incendio fue el cierre por parte de la policía israelí de las carreteras que dan acceso a Jerusalén a varios autobuses que trasladaban a musulmanes a la mezquita de Al Aqsa, el tercer lugar santo del islam, por el Ramadán.
Las protestas violentas se extendieron rápidamente por Jerusalén. La policía entró a la explanada de las mezquitas, donde se encuentra la mezquita de Al Aqsa, y cargó contra los manifestantes.
Los enfrentamientos violentos se alimentaron también de otra cuestión anterior: la decisión del Tribunal Supremo de Israel de desalojar a varias familias palestinas de sus hogares en el distrito Sheij Jarrah de Jerusalén. Estas familias se habían asentado allí tras abandonar sus hogares en Jerusalén Occidental que quedó bajo dominio israelí tras la guerra de 1948.
Además, el bloqueo de la resolución del largo conflicto palestino-israelí ha llevado a la población palestina a la frustración. Sobre todo, a los jóvenes, muchos de ellos se encuentran sin futuro y sus familias en situación de exclusión.
La situación se agravó con el lanzamiento de cohetes por parte de Hamás desde la Franja de Gaza hacia las ciudades fronterizas de Israel. El ejército israelí respondió con la activación de la llamada “Cúpula de Hierro”, un sofisticado sistema antimisiles, y ataques contra las infraestructuras de Hamás.
La Franja de Gaza es un pequeño territorio palestino controlado por Hamás al suroeste de Israel de poco más de 380 kilómetros cuadrados y con unos dos millones de habitantes. Desde el inicio de los enfrentamientos, han muerto en Gaza más de 200 personas entre milicianos y civiles.
Según el Patriarca Pizzaballa, tras esta crisis “tendremos que empezar a reconstruir las relaciones entre todos nosotros y, en ese sentido, será prioritario comenzar por el doloroso descubrimiento de estos días. Es decir, del odio que albergaban los corazones de los jóvenes. No debemos cultivar ni permitir que se desarrollen sentimientos de odio. Debemos asegurarnos de que nadie, sea judío o árabe, se sienta rechazado. Tendremos que ser más claros al denunciar aquello que divide”.
“Necesitaremos una nueva alianza entre la gente de bien que, con independencia de su fe, identidad e ideas políticas, siente al otro como parte de sí mismo y desea comprometerse a vivir esa conciencia”.
Mons. Pizzaballa mostró su frustración también por la falta de una solución definitiva al conflicto. “Por desgracia, esta no es la primera vez y temo que tampoco será la última en que tengamos que hacer frente a estas explosiones de violencia y guerra en Tierra Santa”.
“Estos estallidos de violencia únicamente dejarán más ruinas, muertes, enemistades y sentimientos de odio, pero no traerán ninguna solución. Veremos acusaciones mutuas de abusos de poder, probablemente recurriremos a tribunales internacionales, acusándonos unos a otros, pero al final todo quedará igual, hasta la próxima crisis”.
Insistió en que “hasta que decidamos hacer frente de verdad a los problemas que han afligido a estos países y a estos pueblos durante décadas, temo que nos veremos obligados a presenciar más violencia y otros dolores”.
Explicó que “Jerusalén es el corazón del problema y, en esta ocasión, fue la chispa que incendió el país. Como se sabe, todo comenzó por la cuestión de Shekh Jarrah, que se presentó como una cuestión legal”.
Sin embargo, “como hemos reiterado en nuestra declaración anterior, también hay, evidentemente, una decisión política de expandir los asentamientos israelíes en Jerusalén Oriental. Una decisión que modifica el equilibrio, roto en varias ocasiones, entre las dos partes de la ciudad y que causa tensiones y sufrimientos”.
Esta crisis “indica que esta metodología no funciona y que no se puede imponer una solución a Jerusalén. La solución sólo puede ser resultado del diálogo entre israelíes y palestinos, quienes deben hacer suya la vocación de esta ciudad abierta, multirreligiosa y multicultural”.
Recordó que “los palestinos han estado esperando durante años por una solución digna y por un futuro sereno y pacífico en su tierra, en su país. Para ellos, sin embargo, parece que no hay lugar en el mundo y, antes de poder vivir dignamente en sus hogares, las distintas cancillerías los invitan a esperar un futuro desconocido y aplazado continuamente”.
Mons. Pizzaballa se mostró especialmente preocupado por “la explosión de violencia en las ciudades mixtas de Israel, donde judíos y árabes siempre han convivido juntos y sobre lo que creo que se ha hablado poco en los medios internacionales. Hemos sido testigos de violencia, patrullas organizadas, intentos de linchamiento en ambos bandos, judíos y árabes”.
Se trata de “una explosión de odio y rechazo al otro que probablemente se había estado gestando desde hace un tiempo, pero que ha surgido ahora de forma violenta y nos ha encontrado a todos desprevenidos y asustados”.
Por ello, subrayó que “esta crisis debe devolver la cuestión palestino-israelí al centro de la agenda internacional, que últimamente parecía estar olvidada y superada, pero que, sin embargo, siempre ha sido una dolorosa herida. La herida únicamente se cubrió, se ocultó, pero nunca se curó. Una vez se quitó la venda que la cubría, volvió a ser visible y dolorosa, quizás más que en el pasado”.
Por último, aseguró que “la Iglesia deberá construir la paz que es el fruto del Espíritu que da vida confianza siempre de nuevo, sin cansarse nunca”.
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