San Germán de París fue un obispo del siglo VI, recordado por su amor a los pobres. Se dice que fue tal su desprendimiento de las cosas materiales, y tal su deseo de dar ejemplo de esto a todos, que en una oportunidad algunos monjes se rebelaron temiendo que regalase sus cosas. Para entender mejor tal firmeza en la virtud, es importante recordar que San Germán vivió en tiempos en los que la nobleza se encontraba en decadencia moral, ostentando sus riquezas y viviendo desordenadamente, sin solidarizarse con quienes menos tienen. Fue obispo de la ciudad de París (Galia, hoy Francia) entre los años 555 y 576.
De acuerdo a la información histórica de la que se dispone, proveniente de su amigo y también obispo, San Venancio Fortunato De Poitiers, se sabe que Germán fue un hombre de fervorosa oración y sencillez, y que muchos milagros fueron obrados por su intercesión.
A Germán se le atribuye la conversión al catolicismo del rey franco Childeberto I, a quien solicitó poner orden en las costumbres de sus súbditos. Muchas prácticas paganas se mantenían en la Francia de entonces, y, al mismo tiempo, entre los cristianos muchos incurrían en excesos, incluso durante las fiestas religiosas.
San Germán de París nació en 496, cerca de Autun y fue abandonado de niño por sus padres. A pesar de esta dificultad, un pariente suyo que era sacerdote, se hizo cargo de él. Le proporcionó los cuidados necesarios y la educación que requería.
Inclinado a la vida religiosa, Germán ingresó al monasterio de San Sinforiano de Autun y se hizo monje, según la Regla de San Basilio. Fue tanta su dedicación y observancia que fue elegido abad.
En el año 555 el obispo de París murió, y dado que Germán gozaba de prestigio como hombre bueno y santo, el clero y el pueblo reclamaron al rey que sea él quien ocupe la sede vacante; a lo que Childeberto I, rey de las Galias, accedió gustoso.
Como pastor, Germán perseveró en el anuncio evangelizador de los pueblos paganos y semipaganos, defendió la doctrina cristiana y extendió la práctica de las costumbres cristianas en la vida social. También asistió al tercer y cuarto Concilio de París, y al segundo Concilio de Tours (566).
Llevó una vida austera y de penitencia, y falleció casi a los 80 años, el 28 de mayo del 576. Muchos franceses lo veneran como patrono de la gran metrópoli parisina.
El Santo fue sepultado en la capilla de San Sinforiano -mandada a construir por Childeberto I- ubicada en el templo de San Vicente. No obstante, en 754, sus reliquias fueron reubicadas en la nave principal, en presencia de Pipino el Breve y de su hijo Carlomagno, que entonces era un niño de siete años. Aquel templo se convirtió, tiempo después, en la iglesia de la Abadía de Saint-Germain-des-Prés, construida en honor del Santo.
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