La religiosa María Agustina Rivas López, conocida como “Aguchita” y futura beata peruana, fue asesinada por los terroristas de Sendero Luminoso en 1990 por difundir un mensaje de paz y justicia, y socorrer a los pobres, señaló el sitio web dedicado a su causa de beatificación.
Nació el 13 de junio de 1920 en Coracora, en la región de Ayacucho en la sierra sur del Perú. La futura beata adoptó el nombre de María Agustina al iniciar el noviciado en la Congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor, en 1942. Desde entonces se le empezó a llamar “Aguchita” de cariño.
Realizó su profesión perpetua el 8 de febrero de 1949.
Alrededor del año 1978, su Congregación inició un apostolado en el centro poblado La Florida, en la provincia de Chanchamayo, en la región de Junín. En esa zona de la selva central, las religiosas se dedicaron a un proyecto en favor del desarrollo autónomo de las comunidades.
En poco tiempo, según comparte la misma Congregación, La Florida se convirtió en un centro piloto desde donde llegaban a comunidades vecinas. De ese modo, empezaron a ayudar a organizaciones femeninas con programas de salud, educación, nutrición, alfabetización y manualidades, así como clubes juveniles y catequesis familiar.
En 1987, “Aguchita” partió a la misión de La Florida para sumarse y cumplir su sueño de ser misionera, a pesar de la violencia que llevaba a cabo Sendero Luminoso en todo el país, sobre todo en la sierra peruana.
El Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso, una de las más sanguinarias organizaciones terroristas del siglo XX, comenzó su ola de violencia en 1980 y causó decenas de miles de muertes en todo el Perú.
En 1992 fue capturado su líder y fundador Abimael Guzmán, que se hacía llamar “presidente Gonzalo”. Sendero Luminoso sostenía como ideología el “pensamiento Gonzalo”, que mezclaba el marxismo, el leninismo y el maoísmo.
En una de sus notas personales, Aguchita escribió sobre su misión en la selva peruana: “El Señor es demasiado delicado. Un día en la meditación me hizo recuerdo de la ‘ilusión’ grande que tenía cuando descubrí mi vocación de ser religiosa: que era trabajar en la selva; de esto han pasado años y me digo el Señor me ha traído para darme gusto antes de morir y a la vejez, en fin, soy arcilla entre sus manos”.
A inicios del año 1989, Aguchita era plenamente consciente del peligro que representaba estar en La Florida, declarada por el gobierno como zona de emergencia debido a la presencia de los terroristas.
Su Congregación cuenta que, inclusive, María Agustina se comunicó con la Hermana Provincial, le informó de la incursión de Sendero Luminoso en la zona –lo que provocó la muerte de dos pobladores y otros atentados– y se encomendó a Dios.
La Congregación relata que en 1990 Aguchita tuvo que permanecer un tiempo en la sede principal de Lima, debido a que su salud empezaba a resquebrajarse. Sin embargo, al poco tiempo decidió regresar a La Florida, pues decía: “Allá me necesitan, debo ir cuanto antes”.
Al regresar, siguió con su trabajo en favor de las mujeres campesinas, el cual cosechó muchos frutos.
El 27 de septiembre de ese año, al promediar las tres de la tarde, terroristas de Sendero Luminoso reunieron en la plaza a todo el pueblo y asesinaron a seis personas, entre ellas a Aguchita, que momentos antes había estado dando clases de cocina a un grupo de niñas.
La Congregación del Buen Pastor narra que a la religiosa la obligaron a ponerse en fila junto a otras cinco personas. Los subversivos traían una lista de las personas que iban a ejecutar, entre estas una religiosa.
La congregación relató que estas personas “eran acusadas de manipular a los niños con la educación y de criticar la violencia; además de difundir un mensaje de paz y justicia, de organizar a la población y de repartir víveres; de apoyar a los asháninkas”, que es una etnia de la Amazonía.
Aguchita fue la última persona en ser ejecutada aquel día. Hasta el último momento la religiosa pidió clemencia para las otras víctimas.
El P. Daniel Córdova, confesor de la madre Agustina durante su tiempo en La Florida, contó que estuvo junto a ella siempre, inclusive “en el cementerio, en la morgue y durante la autopsia, al lado de su cadáver”.
“En esos instantes, como nunca, me sentí más cerca de su vida. Me hice muchas preguntas: ¿Qué sentido tenía la muerte de Hna. Agucha? ¿Por qué ella precisamente? ¿Qué sentido tenía su martirio?... Fueron momentos muy difíciles y crudos. Ver su cuerpo atravesado por las balas… pero una existencia atravesada por la fidelidad y la consagración de una vida”, comentó.
La Congregación de Aguchita señaló que fue una mujer santa “de la puerta de al lado”. “Si no fuese por su martirio hubiera pasado desapercibida para la mayoría”, añadió.
“Siempre soñó ser misionera en la selva y Dios se lo concedió con creces. Le permitió disfrutar de nuestra hermosa Amazonía y trabajar con sus acogedores pobladores, tanto colonos como nativos”, continuó.
La congregación afirma que “el martirio de Aguchita es un fruto maduro de la iglesia peruana: se germinó y creció en la sierra, floreció y maduró en la costa y fue sembrado, para multiplicarse, en la selva”.
“Hija de nuestra Iglesia, mujer campesina de la sierra, del Perú profundo, emigrante en la caótica Lima, religiosa formada en Perú, promotora de las jóvenes y mujeres peruanas, mártir del terrorismo, de las hambrunas y paquetazos. La hermana Agustina es nuestra, de todos los peruanos y peruanas, fruto maduro de una iglesia que se debate por crecer y madurar, por hacerse adulta, por aceptar y enriquecerse de toda la variedad de culturas que alberga el Perú”, concluyó.
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