Beatifican a las Mártires laicas de Astorga: “En ellas brilla la fe, la esperanza y el amor”

La catedral de Astorga (España) acogió la beatificación de MªPilar Gullón, Olga Pérez-Monteserín y Octavia Iglesias, conocidas como las enfermeras mártires de Astorga, que murieron en 1936 durante la persecución religiosa en la Guerra Civil española (1936 - 1939). 

Al inicio de la celebración se recordó que la santidad de estas tres mártires se forjó “en la fidelidad sencilla del compromiso, en el seguimiento de Jesucristo, probado en el sufrimiento hasta el fin con la entrega de la propia vida” y se destacó que “ser mártir no se improvisa, sino que madura en las pequeñas decisiones del seguimiento de Jesucristo”. 

El Obispo de Astorga, Mons. Jesús Fernández aseguró que las tres laicas mártires tuvieron “explícita ocasión de evitar el martirio mediante el abandono de sus responsabilidades o con algún gesto de renuncia a su fe en el momento de la prueba. Pero todas antepusieron de manera gozosa la fidelidad al Señor a su propia vida. En estas tres mujeres laicas brilla la Fe, la Esperanza y el Amor, como testimonio de la verdad del Evangelio”.

La ceremonia de beatificación estuvo presidida por el Cardenal Marcello Semeraro, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, quien destacó en la homilía que Pilar, Olga y Octavia “eran débiles, pero desde hoy la Iglesia las honra oficialmente como mártires de Cristo. Han recibido la corona de la vida prometida por el Señor a cuantos lo aman”.

El Cardenal Semeraro afirmó que "las tres jóvenes laicas se habían ya encaminado por la vía de la caridad alimentado con la actividad apostólica su vida cristiana ordinaria. Cuando eligieron pertenecer a la Cruz Roja como enfermeras en Astorga, canalizaron sobre este camino su vocación laical hasta llegar al martirio, el supremo testimonio de amor por Cristo”.

Estas beatas murieron aclamando a Cristo Rey y esa profesión de fe es lo que les hace mártires”, destacó.

El prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos también explicó que las mártires Pilar, Olga y Octavia comprendieron las palabras de Jesús en las que anima a “no tener miedo de los que matan el cuerpo”.

“De hecho se comprometieron a curar el cuerpo de los enfermos y de los heridos, a aliviar los sufrimientos y a levantar el ánimo porque el cuerpo tiene una dignidad incalculable. Para nosotros, creyentes, el cuerpo del hombre participa de la dignidad de la imagen de Dios”, apuntó.

Además subrayó que "en el peligro que se presentó no quisieron abandonar a los heridos, sino que continuaron asistiéndolos poniendo en riesgo al propia vida”.

El Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos también animó a seguir el ejemplo de las tres enfermeras mártires de Astorga y "mostrarnos cercanos a quienes lo necesitan, especialmente en este tiempo de pandemia" porque “Nuestro Dios está cerca, quiso acompañarnos en la vida. Es el Dios de la cercanía”.

Y aunque quizás "no podemos acércanos fisicamente por miedo al contagio, sí podemos despertar en nosotros una actitud de cercanía entre nosotros, con la oración, con la ayuda, muchas formas de cercanía”, apuntó. 

La ceremonia de beatificación en la catedral de Astorga se realizó siguiendo las medidas de seguridad neesarias para evitar a propagación del COVID-19.

Breve biografía

María Pilar Gullón Yturriaga nació en Madrid el 29 de mayo de 1911, en el seno de una familia muy religiosa. El 28 de junio fue bautizada en la parroquia de San Ginés; hizo la Primera Comunión en el colegio Blanca de Castilla, en Madrid. Fue la primera de cuatro hermanos, era soltera y se dedicó al cuidado de sus padres, en particular del padre enfermo. 

La experiencia de fe, vivida en su casa, favoreció su vida espiritual y su compromiso en la Iglesia. El 16 de julio de 1936 la familia se trasladó a Astorga, de donde era originaria, y donde gozaba de prestigio y de respeto moral.

Octavia Iglesias Blanco era prima segunda de María Pilar, nació el 30 de noviembre de 1894 en Astorga (León) y fue bautizada el 9 de diciembre en la parroquia de San Julián. Creció en una familia caracterizada por una profunda religiosidad, cuidó con empeño las virtudes y las obras apostólicas, entre ellas colaboró con la fundación del convento de las Madres Redentoristas de Astorga, donde se consagró religiosa una hermana suya. 

La sierva de Dios se ocupaba de cuidar, primero a su padre anciano y enfermo, y luego a su madre viuda; pertenecía a la Acción Católica y a las asociaciones de las Hijas de María y del Sagrado Corazón. 

Olga Pérez-Monteserín Núñez nació en París (Francia) el 16 de marzo de 1913 de padres de origen español, que regresaron a Astorga en 1920. Olga era la segunda de tres hermanos, recibió el bautismo el 5 de julio en la parroquia de san Francisco Javier, en París. 

Soltera, se dedicaba a la vida de familia y a los trabajos artísticos, en particular al arte de la pintura, gracias al don heredado del padre, pintor leonés con mucha fama.

Martirio

En medio de un ambiente antirreligioso muy duro, el 8 de octubre de 1936 las siervas de Dios llegaron al hospital de Puerto de Somiedo (Pola de Somiedo-Asturias). Su turno estaba previsto que durara 8 días, pero una vez terminados quisieron continuarlo, a pesar de la situación de emergencia. 

Al amanecer del martes 27 de octubre comienzan a recrudecerse los ataques en el frente en el que se ve afectado el pequeño hospital. Aun teniendo la posibilidad de huir, Pilar, Octavia y Olga renunciaron a ello y decidieron no abandonar a los heridos, sino continuar asistiéndolos, poniendo en peligro la propia vida. Sin embargo, los heridos fueron fusilados y el personal sanitario fue apresado.

Las tres enfermeras fueron conducidas después de una larga marcha a Pola de Somiedo junto con otros prisioneros, entre ellos el comandante, el capellán y el médico, que fueron asesinados.

A pesar de que la tres pertenecían a la Cruz Roja, fueron entregadas al Comité local de guerra, y luego a los milicianos que, durante toda la noche, sometieron a las Siervas de Dios a vejaciones y abusos, pretendiendo que renegaran de la fe a cambio de obtener la libertad. Su claro rechazo recrudecía la violencia por parte de los milicianos para con ellas.

Estas tres Siervas de Dios soportaron las humillaciones y torturas con fortaleza sobrenatural y se prepararon a la muerte con espíritu de fe y rezando.

Tres milicianas desnudaron a las enfermeras, las llevaron a un prado y, al mediodía del día 28 de octubre de 1936 fueron fusiladas, mientras aclamaban a Cristo Rey. Las milicianas después de matarlas se repartieron las ropas de las tres enfermeras.

Sus cuerpos fueron tratados de modo ignominioso y abandonados hasta la noche cuando los sepultaron en una fosa común, excavada por algunos hombres del pueblo obligados por los milicianos.

La fama del martirio de las siervas de Dios se difundió enseguida en la comunidad eclesial, de modo tal que el 30 de enero de 1938 sus restos fueron acogidos en la Catedral de Astorga, centro de la vida diocesana. El 28 de junio de 1948, a petición de la Asamblea Nacional de la Cruz Roja, fueron trasladados a un nuevo mausoleo en la capilla de San Juan Bautista en la Catedral.

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