La Guerra Civil Española (1936-1939) fue uno de los períodos de mayor persecución para la Iglesia en España. Más de 10.000 personas perdieron la vida asesinadas por el único “delito” de proclamar su fe en Cristo.
Laicos, religiosos, religiosas, sacerdotes y Obispos fueron encarcelados, torturados, y, finalmente, asesinados por las milicias comunistas, socialistas y anarquistas leales al gobierno de la II República.
Hasta la fecha, la Iglesia ha reconocido como mártires a 1.901 víctimas de las persecuciones religiosa. Precisamente, este sábado 10 de noviembre, la Basílica de la Sagrada Familia en Barcelona ha proclamado beatos a 16 mártires de la Guerra Civil.
Se trata de 13 religiosos pertenecientes a tres Institutos –la Congregación de San Pedro ad Vincula, la Congregación de las Hermanas Capuchinas de la Madre del Divino Pastor y la Congregación de las Hermanas Franciscanas de los Sagrados Corazones– y tres fieles laicos.
Todos ellos murieron al comienzo de la Guerra, entre 1936 y 1937.
En la homilía pronunciada durante la Misa, el Cardenal Giovanni Angelo Becciu, Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, recordó que “la gloria de los mártires permanece mientras que los regímenes de persecución pasan”.
De los 13 religiosos afirmó que, “dentro de lo específico de los respectivos carismas y de sus distintas perspectivas apostólicas, estos testigos de la fe han vivido con generosidad y coraje los valores de la vida religiosa, lo que provocó el ensañamiento de sus perseguidores, decididos a destruir la Iglesia en España”.
“Los tres fieles laicos, a los que mataron en La Rabassada, vivieron coherentemente su vocación cristiana a la caridad, convirtiéndose en apóstoles de la ayuda fraterna y hospitalidad diligente con los religiosos de la Congregación de San Pedro ad Vincula, y fueron por eso asociados a ellos en la misma condena a muerte”.
Precisamente esa fidelidad que mostraron “es la victoria que ellos obtuvieron en aquel tiempo, un tiempo caracterizado por un clima de persecución de aquellos que se declaraban miembros de la Iglesia católica, fueran consagrados o fieles laicos”.
El Cardenal explicó que “los nuevos beatos eran fieles a la Iglesia y por eso sembraban el bien tanto en las parroquias, como en los colegios donde enseñaban o en tantas otras actividades que ejercían según su condición. En el momento supremo de su existencia, cuando debían confesar la propia fe, no tuvieron miedo: aceptaron la muerte, ya que no negaron su identidad como religiosos, religiosas o laicos comprometidos”.
“El motivo por el que los mataron fue únicamente religioso, determinado por el odio de los opresores hacia la fe y la Iglesia católica, puesta en el punto de mira en aquel contexto histórico de las persecuciones religiosas de la primera mitad del siglo XX en España. El odio hacia la Iglesia prevaleció y oprimió la dignidad humana y los principios de libertad y de democracia”.
No obstante, “a pesar de este clima de intolerancia y de persecución a los cristianos”, os 16 mártires “estaban decididos a permanecer fieles, con riesgo de su vida, a todo lo que la fe les exigía. Siendo conscientes del peligro que les amenazaba, no se echaron atrás y vivieron la detención y la muerte con una gran confianza en Dios y en la vida eterna”.
“La beatificación de hoy es una nueva etapa para la Iglesia en Barcelona, para las familias religiosas y para las parroquias a las que pertenecían los nuevos Beatos. Es para todos vosotros un motivo de profunda alegría saber que están junto a Dios aquellos que formaban parte de vuestras comunidades, poder admirar la fe y la valentía de estos hermanos y hermanas”.
“Pero estos mártires nos invitan además a pensar en la multitud de creyentes que en el mundo también hoy sufren persecución, a escondidas, de modo lacerante, porque lleva consigo la falta de libertad religiosa, la imposibilidad de defenderse, la reclusión, la muerte civil: la prueba que soportan tiene puntos en común con la que pasaron nuestros nuevos Beatos”.
Por último, “debemos pedir para nosotros mismos la valentía de la fe, de la completa fidelidad a Jesucristo, a su Iglesia, tanto en el momento de la prueba como en la vida cotidiana”.
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