Solo unas pocas semanas después de haber sido aceptada, enfrentó por primera vez la tentación de dejar el convento. No entendía bien qué sucedía y su corazón alegre se encontraba ahora turbado y entristecido.
De esos días data una de sus primeras visiones: vio que Jesús se le aparecía con el rostro destrozado y cubierto de llagas. Ella, entonces, preguntó: "Jesús, ¿quién te ha herido tanto?". A lo que Él contestó: "Este es el dolor que me causarías si te vas de este convento. Es aquí donde te he llamado y no a otro; y tengo preparadas para ti muchas gracias".
Faustina entendió entonces lo que Dios quería de ella. Se mantuvo firme y desistió de la idea de dejar el convento, y más bien empezó a enamorarse de la vida que allí podía encontrar. Así, el tiempo pasó, vino el noviciado, la recepción del hábito y los primeros votos. Finalmente llegaría la consagración a perpetuidad. El nombre de ‘Helena’ cambiaría por el de ‘Faustina’.
Esos fueron años distintos, vividos con sencillez, con vocación de servicio. Faustina pasaría por varios cargos en el convento y realizaría distintos oficios con amabilidad y sencillez: fue cocinera, jardinera, portera.
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