Al descubrir su vocación orientada a la pobreza, Francisco vendió un caballo y varios vestidos con los que comerciaba su padre para ayudar a un sacerdote a reconstruir el templo de San Damián.
Enfurecido por lo ocurrido, y al ver cómo los vecinos se burlaban de su hijo que ahora vestía con harapos, Pietro Bernardone se lo llevó a su casa para golpearle. Antes de encerrarlo en la pequeña prisión, también le puso unos grillos en los pies.
Fue su madre, de nombre Pica, quien se encargó de poner en libertad a su hijo. Su padre, al enterarse, fue a buscarle y le obligó a renunciar a su herencia, algo que Francisco no tuvo dificultad en hacer.
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