Según el Santo Padre, esto “es un riesgo que podemos correr siempre: pensar que podemos ‘controlar a Dios’, encerrando su amor en nuestros esquemas; en cambio, su obrar es siempre impredecible, y por eso requiere asombro y adoración”.
“Debemos luchar siempre contra las idolatrías; las modernas, que a menudo proceden de la vanagloria personal —como el ansia de éxito, la autoafirmación a toda costa, el diablo entra en los bolsillos, la avidez del dinero, la seducción del carrerismo—, pero también las idolatrías disfrazadas de espiritualidad: mis ideas religiosas, mis habilidades pastorales. Estemos vigilantes, no vaya a ser que nos pongamos nosotros mismos en el centro, en lugar de poner a Dios”.
En esta línea, el Papa Francisco pidió dedicar tiempo “a la intimidad con Jesús buen Pastor en el sagrario” y remarcó que “no existe una verdadera experiencia religiosa auténtica que permanezca sorda al clamor del mundo. No hay amor de Dios sin compromiso por el cuidado del prójimo, de otro modo se corre el riesgo del fariseísmo”.
“Quizás tengamos realmente muchas ideas hermosas para reformar la Iglesia, pero recordemos: adorar a Dios y amar a los hermanos con su mismo amor, esta es la mayor e incesante reforma”, aclaró.
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