Riciovaro consideró las declaraciones de Quintín como una afrenta a su investidura y lo mandó encadenar y azotar. Después de ser flagelado, el joven cristiano fue llevado a un calabozo, de donde escaparía milagrosamente aprovechando la oscuridad de la noche.
Libre de nuevo, Quintín retomó la predicación. Lamentablemente fue descubierto de nuevo, y apresado nuevamente. Se le trasladó a “Augusta Veromanduorum” (hoy la ciudad francesa de Saint-Quentin, renombrada en honor a su ilustre santo). Allí permaneció en una mazmorra esperando su ejecución.
San Quintín fue decapitado y sus restos arrojados al río Somme, de cuyas aguas serían rescatados por un grupo de cristianos. Corría el año 287. Hoy sus reliquias permanecen en la basílica de la ciudad que lleva su nombre.
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