4 de marzo de 2023 / 7:20 p. m.
El Obispo de Córdoba (España), Mons. Demetrio Fernández, explica en su carta semanal que “la experiencia de la Cuaresma y de la vida cristiana no es una carrera interminable de obstáculos”, sino una “preparación para la Pascua”.
El Prelado señala que “la luz de la resurrección del Señor atrae nuestro corazón y nuestra vida, indicándonos cuál es la meta: ser transfigurados nosotros como Jesucristo, resucitar con Él a una nueva vida”.
Esta existencia renovada a la que se refiere Mons. Fernández es una “en la que, superado el pecado, vivamos la gracia en plenitud” ante Dios y los hombres.
Por ello, durante la Cuaresma, “vale la pena cortar con nuestros vicios”, determinarse a “no volver a pecar” y “ordenar nuestra vida según Dios”, expone el Obispo de Córdoba, que añade: “La fuerza para esta decisión nos viene de la cruz y de la resurrección”.
El Prelado comparte estas reflexiones a la luz del pasaje evangélico de la Transfiguración que se proclama en el segundo domingo de Cuaresma, y que también ha servido de referencia para el mensaje del Papa Francisco dedicado a este tiempo litúrgico en 2023.
Mons. Fernández resalta que el pasaje en el que Jesús sube al monte Tabor con San Pedro y San Juan, lo aprovecha la liturgia de la Iglesia “para indicarnos el camino de la vida cristiana y animarnos en la tarea de la ascesis y el esfuerzo por llegar a la cima”.
Aunque “todo ascenso a la cumbre supone una superación”, vale la pena subir con Jesús, porque “nos va a revelar su rostro, su identidad, su misión”, recuerda el Prelado.
Así también se muestra que “Dios habla de muchas maneras al corazón del hombre, pero su Hijo nos lo dice todo”, explica el Obispo de Córdoba, porque “el seguimiento de Jesús supone conocerle cada vez más, haciendo nuestras sus enseñanzas y su misma vida”.
Todo ese esfuerzo y ascesis simbolizados en la subida al monte Tabor no son “un fin en sí mismo”, enseña el obispo, sino que están orientados a “afrontar la vida que continúa” de la forma en que Jesús tomó su camino a Jerusalén, “donde iba a consumar su entrega de amor”.
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