En un artículo titulado “Gomorra en el siglo XXI. El llamado de un cardenal e historiador de la Iglesia”, Magister resalta algunos puntos del escrito del Cardenal, publicado originalmente en una revista mensual alemana.
“Saber que los abusos sexuales y la homosexualidad se han difundido en un modo casi epidémico entre el clero y en la jerarquía de la Iglesia en Estados Unidos, Australia y Europa, golpea a la Iglesia actual hasta sus fundamentos, por no decir que la ha hecho caer en una especie de estado de shock”, escribe el Cardenal que es además Presidente Emérito del Pontificio Comité de las Ciencias.
El Cardenal Walter Brandmüller tiene 89 años y es uno de los cuatro purpurados firmantes de las “dubbia” (dudas), las cinco preguntas que hicieron al Papa Francisco tras la publicación de la exhortación postsinodal Amoris laetitia. Las dubbia se referían a la posibilidad de que los divorciados en nueva unión accedan a la Comunión.
El Cardenal recordó en su escrito los siglos en que los obispados y el mismo papado se habían convertido en una fuente de riqueza, disputados por hombres que no llevaban una vida ejemplar ni casta.
En aquella época, la perversión llegó a tal punto que en el año 1049, San Pedro Damián entregó al recién elegido Papa León IX su libro “Liber Antigomorrhianus”, que era un llamado para salvar a la Iglesia de la “inmundicia sodomítica que se insinúa como un cáncer en el orden eclesiástico, más aún, como una bestia sedienta de sangre y rabiosa en el redil de Cristo”. Sodoma y Gomorra son dos ciudades que aparecen en el libro del Génesis y que Dios destruye con fuego por sus graves pecados.
Sin embargo, lo más importante, indicó el Cardenal alemán, fue que “casi contemporáneamente se constituyó un movimiento laico dirigido no solo contra la inmoralidad del clero, sino también contra el apoderamiento de los cargos eclesiásticos por parte de los poderes laicos”.
“Lo que surgió fue el vasto movimiento popular llamado ‘pataria’, conducido por miembros de la nobleza de Milán y por algunos miembros del clero, pero apoyado por el pueblo”.
“Colaborando estrechamente con los reformadores próximos a San Pedro Damián, y luego con Gregorio VII, con el obispo Anselmo de Lucca, importante canonista que posteriormente llegó a ser el Papa Alejandro II, y con otros también, los ‘patarinos’ solicitaron, recurriendo también a la violencia, la realización de la reforma que a continuación tomó a partir de Gregorio VII el nombre de ‘gregoriana’: por un celibato del clero vivido fielmente y contra la ocupación de diócesis por parte de poderes seculares”.
Aunque algunos dentro de la “pataria” llegaron incluso a la herejía, el Cardenal subrayó que “ese movimiento reformador explotó casi en forma simultánea en los máximos ambientes jerárquicos en Roma y entre la vasta población laica lombarda, en respuesta a una situación considerada insostenible”.
Tras señalar que en ese entonces estos fieles tenían a su lado a “algunos pastores celosos”, el Cardenal escribió que los laicos no encuentran ahora una respuesta de la jerarquía, tal vez por el “hecho que la iniciativa personal y la conciencia de la propia responsabilidad de pastor del obispo individual se han tornado más difíciles por las estructuras y por los aparatos de las conferencias episcopales, con el pretexto de la colegialidad o de la sinodalidad”.
El Cardenal Brandmüller responsabilizó de la situación actual no solo al Papa Francisco sino también, y en parte, a sus predecesores por no combatir corrientes de teología moral, según las cuales “lo que ayer estaba prohibido hoy puede ser permitido”, incluso los actos homosexuales.
Aunque sí se condenó a algunos teólogos disidentes, advirtió que hubo otros que “han podido esparcir, sin ser perturbados, a la vista de Roma y de los obispos, la semilla del error”.
El Cardenal se refirió a “herejes verdaderamente importantes, como el jesuita Josef Fuchs, que desde 1954 a 1982 fue docente en la Pontificia Universidad Gregoriana, y Bernhard Häring, quien enseñó en el Instituto de los Redentoristas en Roma, al igual que el más que influyente teólogo moral de Bonn, Franz Böckle, o el de Tubinga, Alfons Auer”.
“La actitud de la Congregación para la Doctrina de la Fe en estos casos es, visto en retrospectiva, simplemente incomprensible. Se ha visto llegar al lobo y se permaneció mirando mientras irrumpía entre la grey”, lamentó.
Con esto, alertó el Cardenal, se genera el riesgo que el laicado comprometido pueda “no reconocer más la naturaleza de la Iglesia fundada sobre el orden sagrado y se encamine, al protestar contra la ineptitud de la jerarquía, hacia un cristianismo comunitario evangélico”.
“Es en la colaboración de obispos, sacerdotes y fieles, en el poder del Espíritu Santo, que la crisis actual puede y debe convertirse en el punto de partida de la renovación espiritual –y, en consecuencia, también de la nueva evangelización– de una sociedad post-cristiana”, señaló el Cardenal.
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