Dos hermanas huérfanas que se ganaban la vida vendiendo cerámicas: ellas fueron Santa Justa y Santa Rufina, mártires españolas.
La Enciclopedia Católica se refiere brevemente a ellas en estos términos: “Solamente Santa Justa es mencionada en el ‘Martyrologium Hieronymianum’, pero en los martirologios históricos (Quentin, “Les martyrologes historiques”) se le menciona como “Justina”, siguiendo las Actas legendarias. No hay duda de que ambas santas son mártires históricas de la Iglesia española”.
Hijas de la Iglesia
Cada 19 de julio se conmemora a las santas Justa y Rufina, hermanas nacidas en Sevilla (España) en el siglo III. Ellas murieron martirizadas durante la persecución organizada por el emperador romano Diocleciano, al haberse negado a participar de los rituales ofrecidos a una diosa pagana.
Justa y Rufina nacieron aproximadamente entre los años 268 y 270, en Sevilla, Hispania, cuando esta era parte de los territorios de la península anexados al imperio. Las hermanas pertenecieron a una familia muy modesta, pero de firmes costumbres y sólida fe cristiana.
Sus padres murieron cuando aún eran muy niñas. Entonces, el obispo de la ciudad, cercano a la familia, decidió apoyarlas y velar por ellas, animándolas a perseverar en la fe y la virtud. Luego, los cristianos las ayudaron a emprender un oficio con el que pudiesen ganarse la vida honradamente.
Comerciantes esforzadas e íntegras
Las hermanas entonces se dedicaron a vender recipientes de cerámica. Agradecidas con Dios por haberlas sostenido en tiempos tan difíciles, llegaron a participar activamente de la comunidad cristiana de su ciudad: oraban y asistían siempre a la Eucaristía. La gente del pueblo podía reconocerlas por su caridad, concedida a todos sin distinción -las dos no temían dar testimonio de su fe frente a los paganos y, más bien, pedían por su conversión-. Hablaban de Cristo y enseñaban las verdades de fe a los gentiles.
El año 287, durante las celebraciones en honor a Venus, un grupo de mujeres pasó recorriendo las calles de Sevilla con un ídolo de la diosa Salambona (equivalente babilónico de Venus) cargado en hombros. Cuando estas divisaron a Justa y Rufina, les pidieron el donativo para la festividad, que se hinquen y adoren al ídolo. Ellas se negaron a entregar el dinero y rechazaron rendir pleitesía alguna a la imagen. Eso provocó la ira de los idólatras del pueblo, quienes se lanzaron contra ellas.
Firmes en la fe por la Gracia
Diogeniano, prefecto de Sevilla, en respuesta las mandó apresar, las interrogó y las amenazó con crueles tormentos si persistían en defender la religión cristiana. Sin embargo, pese a las amenazas, las santas se resistieron a renegar de su fe exclamando que solo adorarían a Jesucristo:
"Eso que vos llamáis la diosa Salambona, no era más que un despreciable cacharro de barro cocido; nosotras adoramos al único Dios verdadero que está en los Cielos, y a su Hijo Jesucristo que se hizo hombre y murió por nosotros para salvarnos de nuestros pecados...".
Tras crueles torturas, Santa Justa murió a causa del debilitamiento, encerrada en una celda sin agua ni alimento. Por su lado, Santa Rufina, terminó siendo degollada por orden directa de Diogeniano.
Sevillanas para siempre
La tradición considera a las santas hermanas como las Patronas de Sevilla y de los gremios de alfareros y cacharreros. Sus restos fueron venerados en esta ciudad desde el tiempo de su martirio hasta la invasión árabe en el año 711, cuando tuvieron que ser escondidos para su protección.
El siglo pasado dichos restos fueron redescubiertos en Alcalá de los Gazules (Cádiz); y hoy, debajo de la iglesia de la Trinidad en Sevilla, pueden encontrarse las celdas en las que Justa y Rufina pasaron sus últimas horas.
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