Cada 5 de mayo la Iglesia celebra a San Ángel de Sicilia, cristiano católico nacido en Palestina y uno de los primeros miembros de la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (carmelitas). Al lado de San Bartolo, fundador de la Orden, Ángel viajó desde su tierra natal hasta Roma con el propósito de pedir la aprobación de la Regla para su Orden. Murió mártir en 1226 en Sicilia, Italia.
El camino de la oración y el anuncio
Este santo nació en la ciudad de Jerusalén en 1185. Sus padres fueron judíos conversos al cristianismo. De acuerdo a una antigua tradición, la Virgen María se apareció a sus progenitores para hacerlos discípulos de su Hijo.
Ángel mostró desde niño un gran interés por las cosas de Dios y que su corazón estaba hecho para entregarse a su servicio. Con poco más de 10 años empezó a estudiar y a los 15 ya dominaba el griego, el latín y el hebreo. Al llegar a los 25, más maduro en la fe, solicitó la incorporación al Carmelo, en el monasterio de Santa Ana en Jerusalén.
Durante los siguientes cinco años vivió como ermitaño y el mismo Jesús se le apareció para mostrarle el mal que le esperaba a Tierra Santa a causa de la invasión de los musulmanes. El Señor le encomendó luego que se dirija hacia Occidente para predicar y convertir a los pecadores, y así despertar en las gentes el deseo de velar por la tierra donde nació y vivió. Ángel, tras ser ordenado sacerdote en 1218, recibió de su Orden la misión de viajar a Roma y obtener la aprobación pontificia de la nueva Regla del Carmelo. Esta llegaría posteriormente por mandato del Papa Honorio III en 1226.
El santo a quien Cristo mostró el futuro de la Iglesia
Por orden del Sumo Pontífice, San Ángel predicó por un tiempo en la basílica de San Juan de Letrán (Roma) con abundantes frutos de santidad. Estos intensos días de oración y predicación se convirtieron en ocasión propicia para un encuentro inesperado. San Ángel tuvo una visión de Cristo que le mostraba los rostros de dos grandes santos: Santo Domingo de Guzmán y San Francisco de Asís. Luego el Salvador le dijo: “Hay dos nuevas y firmes columnas de la Iglesia”, en alusión a los dos grandes fundadores de las órdenes mendicantes: dominicos y franciscanos, respectivamente.
Abundantes frutos de conversión
Concluída esta etapa, San Ángel sería enviado como predicador a la isla de Sicilia (Italia), con el propósito de aleccionar y convertir a los seguidores del catarismo (herejía que condenaba el sacramento de matrimonio, negaba la resurrección de los muertos y planteaba una comprensión errada de la doctrina moral cristiana). Con la ayuda de Dios, el santo tuvo éxito convirtiendo a muchos herejes; y gracias a su ascendencia judía, logró acercar el Evangelio a muchos de sus connacionales. Incluso se dice que logró convertir a más de 200 judíos en Palermo.
La vida de nuestro santo acabó en la ciudad de Licata, al suroeste de Sicilia. Cuando terminaba de predicar a la multitud, fue acuchillado por una banda de malhechores. Herido de muerte, cayó de rodillas, perdonó a sus asesinos y ofreció su muerte por la conversión de los pecadores.
La devoción a San Ángel de Sicilia se hizo muy popular desde mediados del siglo XV, cuando su culto fue oficialmente reconocido por el Papa Pío II, en 1459.
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