Santa Francisca nació en Roma en el año 1384. A pesar de la dura época que vivió, repartió sus bienes a los pobres y atendía con bondad y paciencia a los enfermos. Todos encontraban en ella consuelo.
Santa Francisca describió así a su ángel de la guarda: "era de una belleza increíble, con un cutis más blanco que la nieve y un rubor que superaba el arrebol de las rosas. Sus ojos, siempre abiertos tornados hacia el cielo, el largo cabello ensortijado tenía el color del oro bruñido”.
“Su túnica llegaba al suelo y era de un blanco algo azulado y, otras veces, con destellos rojizos. Era tal la irradiación luminosa que emanaba de su rostro, que podía leer maitines en plena medianoche".
Cierto día el escéptico papá de Francisca le pidió el honor de que le presente a la criatura que él consideraba imaginaria. Ella tomó la mano del ángel, la juntó con la de su padre y los presentó. El hombre pudo ver a al ser celestial y no dudó nunca más.
Santa Francisca instituyó la Congregación de Oblatas de María (Oblatas de Tor de`Specci), bajo la regla de San Benito. Partió a la Casa del Padre en 1440 y su confesor, el P. John Matteotti, escribió su biografía. Fue canonizada en 1608.
Los 9 de marzo es una grata tradición romana reunir una multitud de coches en las inmediaciones de la Iglesia de Santa Francisa Romana (o también conocida con el nombre de Santa Maria Nova) para recibir la bendición de la santa, patrona de los conductores.
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