San José Cafasso nació en Italia en 1811. Desde pequeño su familia y la gente del pueblo lo estimaban como un “santito”. Fue ordenado sacerdote en 1833 y meses después se estableció en el “Convictorio Eclesiástico” para perfeccionar su formación sacerdotal.
San José Cafasso acompañó a la horca a muchos condenados a muerte y todos murieron confesados, arrepentidos y asistidos por su paternal presencia porque le recordaban a Cristo prisionero.
San José Cafasso ayudó a San Juan Bosco en el seminario y más adelante en el Convictorio. En el apostolado de las cárceles, Bosco presenció los horrores que sufre la juventud al no tener quien los oriente en la fe y educación. Así fue surgiendo la inquietud de crear obras que prevengan a los jóvenes de caer en estos lugares.
A pesar de las críticas, San José siempre defendió el servicio juvenil de su discípulo y se volvió un bienhechor de la naciente comunidad salesiana.
Al despacho del P. Cafasso llegaba toda clase de personas necesitadas. Él se caracterizaba por su amabilidad y una alegría contagiosa. Solía inculcar en sus alumnos una gran devoción al Santísimo Sacramento y la Virgen María.
“Toda la santidad, la perfección y el provecho de una persona está en hacer perfectamente la voluntad de Dios… querer lo que Dios quiere, quererlo en el modo, en el tiempo y en las circunstancias que Él quiere, y querer todo eso únicamente porque Dios así lo quiere”, decía San José Caffaso.
Cierto día en un sermón expresó: “qué bello morir un día sábado, día de la Virgen, para ser llevados por Ella al cielo”. Así sucedió, partió a la casa del Padre el sábado 23 de junio de 1860.
San Juan Bosco, en la oración fúnebre, recordó a su director espiritual y confesor como maestro del clero, un seguro consejero, consuelo de los moribundos y gran amigo.
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