El Papa en el ángelus: ¿creo que Jesús me puede sanar?

En la oración mariana de este domingo, el Santo Padre recuerda que quien está desesperado y cansado hasta la muerte, si se encomienda a Jesús y a su amor puede recomenzar a vivir

Ciudad del Vaticano, 28 de junio de 2015 (ZENIT.org) Staff Reporter | 55 hits

A las 12 de este mañana, el santo padre Francisco se ha asomado a la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano para rezar el ángelus con los fieles y los peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro.

Estas son las palabras del Papa para introducir la oración mariana:                          

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy presenta la historia de la resurrección de una niña de doce años, hija de uno de los jefes de la sinagoga, el cual se postra a los pies de Jesús y le suplica: “Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva” (Mc 5,23). En esta oración escuchamos la preocupación de todo padre por la vida y por el bien de sus hijos. Pero escuchamos también la gran fe que ese hombre tiene en Jesús. Y cuando llega la noticia de que la niña está muerta, Jesús le dice: “No temas; basta que tengas fe” (v.36). Da aliento esta palabra de Jesús, y también nos lo dice a nosotros muchas veces. ‘No temas, basta que tengas fe’. Al entrar en la casa, el Señor echa a la gente que llora y grita y se dirige a la niña muerta diciendo: “Niña, yo te digo: ¡álzate!” (v.41). Y en seguida la niña se alzó y se puso a caminar. Aquí se ve el poder absoluto de Jesús sobre la muerte que para Él es como un sueño del cual poder despertarse. Jesús ha vencido a la muerte, también tiene poder sobre la muerte física.

Dentro de esta historia, el Evangelista introduce otro episodio: la sanación de una mujer que desde hace doce años sufría pérdidas de sangre. A causa de esta enfermedad que, según la cultura del tiempo la hacía “impura”, ella debía evitar todo contacto humano: pobrecilla, estaba condenada a una muerte civil. Esta mujer anónima, en medio de la multitud que sigue a Jesús, se dice a sí misma: “Si logro tan solo tocarle sus vestidos, seré salvada” (v.28).  Y así fue: la necesidad de ser liberada la empuja a osar y la fe “arranca”, por así decir, al Señor la sanación. Quien cree “toca” a Jesús y espera de Él la Gracia que salva.  La fe es esto, tocar a Jesús y esperar de él la Gracia que salva, nos salva, nos salva la vida espiritual, nos salva de tantos problemas. Jesús se da cuenta y, en medio de la gente, busca el rostro de esa mujer. Ella se adelanta temblando y Él le dice: “Hija, tu fe te ha salvado” (v.34). Es la voz del Padre celeste que habla en Jesús: “¡Hija, no eres maldita, no eres excluida, eres mi hija!” Cada vez que Jesús se acerca a nosotros, cuando nosotros vamos a Él con fe. Escuchamos esto del Padre: ‘hijo, tú eres mi hijo, tú eres mi hija, eres salvado, eres salvada. Yo perdono a todos, todo, yo sano a todos y todo’.

Estos dos episodios --una sanación y una resurrección-- tienen un único centro: la fe. El mensaje es claro, y se puede resumir en una pregunta, una pregunta para hacernos: ¿creemos que Jesús nos puede sanar y nos puede despertar de la muerte? Todo el Evangelio está escrito a la luz de esta fe: Jesús ha resucitado, ha vencido a la muerte y por su victoria también nosotros resucitaremos. Esta fe, que para los primeros cristianos era segura, puede nublarse y hacerse incierta, hasta el punto que algunos confunden resurrección con reencarnación. La Palabra de Dios de este domingo nos invita a vivir en la certeza de la resurrección: Jesús es el Señor, tiene poder sobre el mal y sobre la muerte, y quiere llevarnos a la casa del Padre, donde reina la vida. Y allí nos encontraremos todos, todos los que estamos aquí en la plaza hoy, nos encontraremos en la Casa del Padre, en la vida que Jesús nos dará.             

La Resurrección de Cristo actúa en la historia como principio de renovación y de esperanza. Quien está desesperado y cansado hasta la muerte, si se encomienda a Jesús y a su amor puede recomenzar a vivir. La fe es una fuerza de vida, da plenitud a nuestra humanidad; y quien cree en Cristo se debe reconocer porque promueve la vida en cada situación, para hacer experimentar a todos, especialmente a los más débiles, el amor de Dios que libera y salva.

Pidamos al Señor, por intercesión de la Virgen María, el don de una fe fuerte y valiente, que nos empuja a ser difusores de esperanza y de vida entre nuestros hermanos.


Al finalizar el ángelus, el Santo Padre ha añadido:

Queridos hermanos y hermanas,

os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos.

saludo en particular a los participantes de la marcha “Una tierra, una familia humana”. Animo la colaboración entre personas y asociaciones de diferentes religiones para la promoción de una ecología integral. Doy las gracias a FOCSIV, OurVoices y los otras organizaciones y deseo buen trabajo a los jóvenes de las distintas localidades que en estos días debaten sobre el cuidado de la casa común.

 Veo muchas banderas bolivianas. Saludo cordialmente al grupo de bolivianos residentes en Italia, que han traído hasta aquí algunas de las imágenes de la Virgen más representativas de su país. La Virgen de Urkupiña, la Virgen de Copacabana y tantas otras. La semana que viene estaré en vuestra patria. Que nuestra Madre del cielo los proteja. Un saludo también para el grupo de jóvenes de Ibiza que se preparan para recibir la Confirmación. Se lo ruego, recen por mí.

Saludo a las Guías, es decir a las mujeres-scout. Son muy buenas estas mujeres, muy buenas, y hacen mucho bien. Son las mujeres-scout que pertenecen a la Conferencia Internacional Católica y las renuevo mi aliento. Merci beaucoup.

Saludo a los fieles de Novoli, la coral polifónica de Augusta, los chicos de algunas parroquias de la diócesis de Padua que han recibido la confirmación, los “Abuelos de Sydney”, asociaciones de ancianos emigrantes en Australia aquí reunidos con sus nietos, los niños de Chernobyl y las familias de Este y de Ospedaletto que les acogen; los ciclistas y motociclistas procedentes de Cardito y los amantes de coches antiguos.                

Os deseo a todos un feliz domingo y un buen almuerzo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Hasta pronto!                         

                

 Texto traducido por ZENIT