La Laudato Si', una contribución a la salud pública

El Dr. Castelví presidente emérito de la Fiamc y miembro del Consejo Pontificio de Salud: "el texto deja claro que una sana ecología no puede olvidar la defensa de la vida humana naciente embrionaria"

Madrid, 26 de junio de 2015 (ZENIT.org) José María Simón Castellví | 0 hits

Agradezco al Papa Francisco que haya querido ofrecer a la humanidad una encíclica sobre el cuidado de la Casa común, nuestra vieja amiga la Tierra. No soy partidario de dar claves interpretativas sobre un documento tan al alcance de una gran mayoría de lectores. A lo sumo se puede hacer un resumen para niños o para algunas personas que esperan leerla tranquilamente en sus vacaciones. Tampoco me han gustado algunas críticas, más o menos bienintencionadas o influidas por intereses diversos. Una encíclica papal goza de infalibilidad de conjunto aunque algunas frases textuales, al ser ya de por sí infalibles o por ser citas de la Escritura, “van a misa”.

Mi comentario es de gratitud. Al Dios creador, al santo Francisco que, agradecido por la naturaleza alaba al Señor, y al Santo Padre por su trabajo y sus desvelos.

La misión del ser humano en este mundo de prueba y de paso es la de trabajar para cuidar y terminar lo creado y lo salvado. Después de Dios son nuestros congéneres lo más importante. Es indudable de que en la Tierra hay pobreza, riqueza, salud, enfermedad, contaminación y una acción humana cada vez más influyente. Los que puedan y quieran deben trabajar por mejorar la situación de personas, animales, plantas y otros seres. Y ser sobrios. El hombre es el único ser físico que puede tomar decisiones y las debería tomar a favor del bien común de todo y de todos, los presentes y los que vendrán mañana.

Ya sabemos que la Tierra ha pasado por extinciones masivas de especies, por millones de años de aire irrespirable y por etapas de recuperación sorprendente. Pero no podemos esperar cientos de miles de años a ver qué pasa. El presente y el futuro de las personas y demás seres están en nuestras manos y las de la Providencia divina que nos estimula y que en ningún momento es negada en la encíclica. De hecho, Ella sobrevuela por todas sus páginas.

Aunque no se puede escribir todo en todo momento, el texto deja claro que una sana ecología no puede olvidar la defensa de la vida humana naciente embrionaria. Es algo tan importante que lo explicita varias veces para superar la fragilidad de nuestras dudas. En unión con sus predecesores y contando con aportaciones de innumerables episcopados, el Papa nos advierte y nos alienta. Tampoco olvidemos que el Espíritu Santo trabaja también a través de quienes le han ayudado en el texto, sean o no creyentes.

El Magisterio de la Iglesia no ofrece soluciones concretas a problemas concretos técnicos ni pretende traducir en dogmas la honesta investigación científica. Hoy la Ciencia nos está diciendo, con evidencia muy fuerte, que la actividad del ser humano está cambiando el ambiente del planeta de manera peligrosa. Ello conllevaría más enfermedades y muertes prematuras. A nosotros compete mejorarlo. Algunos científicos son escépticos en creer que el cambio climático sea provocado por el hombre. La encíclica no lo afirma dogmáticamente pero sería una temeridad pasar por alto la investigación ecológica solo porque no estamos de acuerdo con todas y cada una de las tesis de los organismos internacionales que así lo afirman. Además, los que viajan un poco pueden ver basura hasta por encima de los 2000 m de altura en las montañas y en la superficie de los mares.

 

El texto es muy prudente con los organismos modificados genéticamente. Hay que investigar más, tener en cuenta la interacción de los vegetales transgénicos con el resto del mundo natural, pero tampoco olvidar que pueden ayudar a alimentar a millones de personas. Es cierto que para repartir y compartir con los pobres quizá haya que producir más. No lo niega el Papa. Ni siquiera niega que se puedan utilizar los combustibles fósiles en una etapa de transición a la que no pone fechas ya que afirma que depende de regiones y países. El Papa anima la investigación y la acción para que todos los seres humanos puedan disponer de agua, comida, techo y otros servicios básicos. No es un ejercicio de voluntarismo ya que la Iglesia demuestra continuamente que ama al ser humano y sirve a los pobres y a los ricos, en la salud y en la enfermedad.

 

Me ha gustado la alusión a la contaminación acústica o lumínica. Es una prueba más de la exquisita sensibilidad de Francisco.

 

Cuando nos acercamos un año más a la fecha de publicación de otra encíclica profética, la Humanae vitae” de Pablo VI, me alegra vislumbrar que la humanidad podría atender correctamente aun a más seres humanos.

 

¡Gracias, Santidad!