2 de febrero de 2023 / 4:37 a. m.
En su tercer día de la visita apostólica a la República Democrática del Congo, el Papa Francisco mantuvo un encuentro con los jóvenes y catequistas este 2 de febrero en el Estadio de los Mártires de Kinshasa.
A continuación, el texto completo de las palabras del Papa Francisco:
Gracias por el cariño, por la danza y por sus palabras. Estoy feliz de haberlos mirado a los ojos, de haberlos saludado y bendecido mientras festejaban levantando sus manos al cielo.
Ahora quisiera pedirles, por unos instantes, no me miren a mí, sino miren sus manos. Abran las palmas de las manos, mírenlas atentamente. Amigos, Dios ha puesto en sus manos el don de la vida, el futuro de la sociedad y de este gran país.
Hermano, hermana, ¿tus manos te parecen pequeñas y débiles, vacías e inadecuadas para tareas tan grandes? Quisiera llamar tu atención sobre un detalle: todas las manos son similares, pero ninguna es igual a la otra; nadie tiene unas manos iguales a las tuyas, por eso eres un tesoro único, irrepetible e incomparable.
¿Sabes una cosa? ¿Sabes una cosa? Nadie en la historia puede sustituirte. Pregúntate entonces, ¿para qué sirven mis manos?, ¿para construir o para destruir, para dar o para acaparar, para amar o para odiar?
Ves, puedes apretar la mano y cerrarla, y se vuelve un puño; o puedes abrirla y ponerla a disposición de Dios y de los demás. Esta es la decisión fundamental, o abierta o cerrada, desde tiempos antiguos, desde Abel, que ofreció con generosidad los frutos de su trabajo, mientras Caín “se abalanzó sobre su hermano y lo mató” (Gn 4,8).
Y tú, que sueñas con un futuro distinto, de tus manos nace el mañana, de tus manos puede llegar la paz que falta en este país.
Pero, concretamente, ¿qué es lo que hay que hacer? Quisiera sugerirles algunos “ingredientes para el futuro”, cinco, que pueden asociar a los dedos de la mano.
Al pulgar, el dedo más cercano al corazón, corresponde la oración, que hace latir la vida. Puede parecer una realidad abstracta, lejana de los problemas tangibles. Sin embargo, la oración es el primer ingrediente, el más esencial, porque nosotros solos no somos capaces. No somos omnipotentes y, cuando alguien cree que es así, fracasa miserablemente.
Es como un árbol arrancado que, aunque sea grande y robusto, no se mantiene en pie por sí mismo. Por eso, es necesario enraizarse en la oración, en la escucha de la Palabra de Dios, que nos permite crecer cada día en profundidad, dar fruto y transformar la contaminación que respiramos en oxígeno vital.
Para conseguirlo, cada árbol necesita un elemento simple y esencial, el agua. Y es así, la oración es “el agua del alma”, es humilde, como el agua, no se ve, pero da vida. Quien reza, madura interiormente y sabe levantar la mirada hacia lo alto, acordándose que fue hecho para el cielo.
(El artículo continúa después)
Hermano, hermana, es necesaria la oración, una oración viva. No te dirijas a Jesús como a un ser lejano y distante al que hay que tenerle miedo, sino como al mejor de los amigos, que dio la vida por ti. Él te conoce, cree en ti y te ama, siempre.
Mirándolo clavado en la cruz para salvarte, comprendes cuánto vales para Él. Y puedes confiarle tus propias cruces, tus temores, tus afanes, arrojándolas sobre su cruz. Los abrazará.
Lo hizo ya hace dos mil años y aquella cruz, que hoy soportas, era ya parte de la suya. No tengas miedo de tomar entre las manos el crucifijo y apretarlo contra tu pecho, derramando tus lágrimas sobre Jesús. Y no te olvides mirar su rostro, el rostro de un Dios joven, vivo, resucitado.
Sí, Jesús ha vencido el mal, hizo de la cruz un puente hacia la resurrección. Entonces, levanta cada día las manos hacia Él para alabarlo y bendecirlo; grítale las esperanzas de tu corazón, confíale los secretos más íntimos de la vida: la persona que amas, las heridas que llevas dentro, los sueños que tienes en el corazón.
Cuéntale, habla con Jesús acerca de tu barrio, de tus vecinos, de tus maestros y compañeros, de tus amigos y coetáneos; cuéntale de tu país.
Dios ama esta oración viva, concreta, hecha con el corazón. Le permite intervenir, entrar en los pliegues de la vida de un modo especial, llegar con su “fuerza de paz”. Esta fuerza de paz, escuchen bien, tiene un nombre. ¿Saben cuál es? El Espíritu Santo, aquel que consuela y da la vida.
Él es el motor de la paz, es la verdadera fuerza de la paz. Por eso la oración es el arma más potente que existe. Te trasmite el consuelo y la esperanza de Dios. Te abre siempre nuevas posibilidades y te ayuda a vencer los miedos.
Sí, quien reza supera el miedo y se hace cargo de su propio futuro. ¿Creen esto? ¿Quieren elegir la oración como su secreto; como el agua del alma; como la única arma que llevarán con ustedes; como compañera de viaje cada día?
Miremos ahora el segundo dedo, el índice. Con este indicamos algo a los demás.
Los otros, la comunidad, este es el segundo ingrediente. Amigos, no dejen que su juventud se estropee por la soledad y el aislamiento. Piénsense siempre juntos y serán felices, porque la comunidad es el camino para estar bien consigo mismo, para ser fieles a la propia llamada.
Las decisiones individualistas, en cambio, al principio parecen atrayentes, pero después sólo dejan un gran vacío interior.
Por ejemplo, piensen en la droga; te esconde de los demás, de la verdadera vida, para hacerte sentir omnipotente, pero al final te encuentras despojado de todo. Piensen también en la dependencia del ocultismo y de la brujería, que te atrapan en las garras del miedo, de la venganza y de la rabia.
Por favor, no se dejen encantar por esos falsos paraísos egoístas, construidos en base a la apariencia, los beneficios fáciles o unas religiosidades desviadas.
Y cuídense de la tentación de señalar a alguien con el dedo. ¡no!; de excluir a otro porque tenga un origen distinto al de ustedes, del regionalismo, del tribalismo, que parecen fortalecerlos en su grupo y, en cambio, representan la negación de la comunidad.
¿Saben cómo sucede esto? Primero se cree en los prejuicios sobre los demás, después se justifica el odio y, por tanto, la violencia, y al final nos encontramos en medio de la guerra.
Pero —me pregunto— ¿has hablado alguna vez con las personas de los otros grupos o has estado siempre encerrado en el tuyo? ¿Has escuchado alguna vez las historias de los otros?, ¿te has acercado a sus sufrimientos?
Cierto, es más fácil condenar a alguien que entenderlo y esto sucede en todo el mundo; pero el camino que Dios nos indica para construir un mundo mejor pasa por el otro, por el conjunto, por la comunidad. Es hacer Iglesia, ampliar horizontes, ver en cada uno el propio prójimo, hacerse cargo del otro.
¿Ves alguien solo, sufriendo, olvidado? Acércate. No para hacerle ver lo bueno que eres, sino para darle tu sonrisa y ofrecerle tu amistad.
David [catequista que se dirigió al Papa al inicio del encuentro, N. de la R], dijiste que los jóvenes quieren justamente estar conectados con los demás, pero que las redes sociales a veces los confunden. Es verdad, la virtualidad no basta.
No podemos conformarnos con el mero interactuar con personas lejanas e incluso falsas. La vida no se escoge tocando la pantalla con el dedo. Es triste ver jóvenes que están horas frente a un teléfono. Después de que contemplaran tanto tiempo la pantalla, los miras a la cara y ves que no sonríen, la mirada está cansada y la mirada aburrida.
Nada ni nadie puede sustituir la fuerza del grupo, la luz de los ojos, la alegría de compartir. Hablar, escucharse es esencial, estar juntos es esencial; mientras que en la pantalla cada uno busca sólo lo que le interesa, ustedes descubran cada día la belleza, queridos jóvenes, descubran la belleza de dejarse sorprender por los demás, por sus historias y sus experiencias.
Intentemos ahora hacer una prueba de lo que significa formar comunidad. Estén atentos, por unos instantes, por favor, tomen la mano del que está a su lado, como yo tomo la mano del monseñor. Siéntanse una única Iglesia, un único Pueblo. Y ahora todos juntos cantemos una canción. ¿Han visto cómo es bello estar en comunidad? ¿Han visto cómo es hermoso sentirse una sola iglesia?
Siente que tu bien depende del bien del otro, que es multiplicado por la comunidad. Siéntete custodiado por el hermano y por la hermana, por alguien que te acepta tal como eres y que quiere cuidar de ti.
Y siéntete responsable de los demás, juntos, responsables, parte viva de una gran red de fraternidad donde nos sostenemos mutuamente y en la que tú eres indispensable. Sí, hermano y hermana, eres indispensable y responsable para tu Iglesia y tu país. Tú perteneces a una historia más grande, que te llama a ser protagonista, creador de comunión, defensor de fraternidad, indómito soñador de un mundo más unido. En esta aventura no están solos, toda la Iglesia, esparcida por el mundo, los apoya.
¿Es un desafío difícil? Sí, pero es posible. Tienen también amigos que desde las tribunas del cielo los alientan hacia estas metas. ¿Saben quiénes son? Los santos.
Pienso por ejemplo en el beato Isidoro Bakanja, en la beata María Clementina Anuarite, en san Kisito y sus compañeros, testigos de la fe, mártires que no cedieron a la lógica de la violencia, sino que confesaron con la vida la fuerza del amor y del perdón.
Oración, comunidad, llegamos al dedo medio, que se eleva por encima de los otros casi para recordarnos algo imprescindible. Es el ingrediente fundamental para un futuro que esté a la altura de sus expectativas.
¿Saben qué nos recuerda este dedo que es el más alto? Recuerda la honestidad. Ser cristianos es testimoniar a Cristo. Honestidad significa no dejarnos enredar en los lazos de la corrupción.
El cristiano no puede más que ser honesto, de lo contrario traiciona su identidad. Sin honestidad no somos discípulos ni testigos de Jesús; somos paganos, idólatras que adoran su propio yo en vez de adorar a Dios, que usan a los demás en lugar de servirlos.
Pero —me pregunto— ¿cómo vencer el cáncer de la corrupción, que parece difundirse sin parar?
¿Una persona corrupta es honesta o no es honesta? Digamos todos juntos digamos ¡no a la corrupción!
No se dejen vencer por el mal. Me gusta este canto. Ustedes son muy buenos.
[El discurso se interrumpió durante unos momentos en los que los presentes expresaron su fervor].
Ahora me viene a la mente el testimonio de un joven como ustedes Floribert Bwana Chui: hace 15 años, con tan solo veintiséis años de edad, fue asesinado en Goma por haber obstruido el paso de productos alimenticios en mal estado, que habrían dañado la salud de la gente.
[Los presentes volvieron a interrumpir el discurso con cantos y bailes. Al terminar y el Papa repitió el párrafo anterior para después continuar].
Podía haberlo ignorado, no lo habrían descubierto e incluso se habría beneficiado. Pero, como cristiano, rezó, pensó en los demás y eligió ser honesto, diciendo “no” a la suciedad de la corrupción. Esto significa mantener no sólo las manos limpias, sino el corazón limpio.
Quiero decir una cosa importante. Estén atentos. Si alguno te intentara sobornar, te prometiera favores y riquezas, no caigas en la trampa, no dejes que te engañen, no permitas que te engulla la ciénaga del mal. No te dejes vencer por el mal, vence el mal con el bien.
Estamos llegando al final. Uno, dos tres, llegamos al cuarto dedo, el anular. En él se ponen los anillos nupciales.
Si lo piensan, el anular es también el dedo más débil, el que cuesta más trabajo levantar. Nos recuerda que las grandes metas de la vida, el amor en primer lugar, pasan a través de la fragilidad, el esfuerzo y las dificultades.
Pero, en nuestra fragilidad, en las crisis, ¿cuál es la fuerza que nos permite seguir adelante? ¡El perdón! ¡El perdón! Porque perdonar quiere decir saber empezar de nuevo. Perdonar no significa olvidar el pasado, sino no resignarse a que se repita.
Amigos, para crear un futuro nuevo necesitamos dar y recibir perdón. Ahora les pido un favor. Estemos un minuto todos en silencio. Y cada uno de nosotros que piense en las personas que nos han herido. En este silencio antes Dios, démosle el perdón.
Hemos llegado al último dedo, el más pequeño. Tú podrías decir, soy poca cosa y el bien que puedo hacer es una gota en el mar. Pero es precisamente la pequeñez, el hacerse pequeño, lo que atrae a Dios. La palabra clave en este sentido es servicio.
¿Saben una cosa? Esta es una regla de vida. El que sirve se hace pequeño.
Queridos amigos estamos para terminar. Les he dejado cinco dedos para discernir ante las voces persuasivas. No se desanimen jamás. No se desanimen nunca.
Cuando tengan tristeza, cuando estén desanimados, miren el Evangelio, en Jesús recibirán la fuerza.
Gracias por venir., Rezo por ustedes. Recen por mí.
Ahora en silencio, les daré la bendición. Le diré a Jesus que descienda sobre cada uno de ustedes para que les de la fuerza para seguir adelante.
[El Papa invitó a los presentes a rezar juntos el Padrenuestro en francés y les dió la bendición].
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